domingo, 21 de junio de 2009

Non serviam


Dicen los que saben que el cardenal Antonio Mª Rouco Varela ha consagrado España al Sagrado Corazón de Jesús, cosa que nadie hacía desde el año 1919, nada menos, pero que la situación actual lo exige. Y lo hace y ya está. Con dos bendiciones.

Como no entiendo de casquería, no cuento entre mis conocidos con ningún Jesús ni tampoco creo que su -presunto- corazón tenga que ver con los chismes del Tomate, pongamos por caso, la cosa me coge más bien desprevenido. Debo de ser bastante superficial.

Yo me pregunto, no obstante, cómo se puede consagrar a nadie algo que no es tuyo. Es como si dedico el Mercedes de mi vecino a la memoria de mi padre, o a la jovencita guapísima que pasa todas las mañanas por mi calle -7:25, para ser exactos- le dedico la parte que más me convenga. Y ustedes me entenderán sin llegar a pormenores, que a veces me pongo burro.

Aunque, si bien se piensa, todos los españoles pagamos con nuestros impuestos una buena pastizara a su iglesia, llámese en concepto de mordida, llámesela subvenciones. Da igual que seamos de su culto o no. Pagamos todos a tocateja. Y de ahí le vendrá el entender que el solar completo es de su propiedad, luego hace con él lo que le viene en gana. La cosa tiene un punto de lógica.

Hubo un tiempo en que lo era. Suyo, digo, este país. O casi, pero las cosas deberían haber cambiado un poquito. En fin, que si no se da dinero público a la Cienciología ni a los Musulmanes Episcopalianos del Niño Verde, por qué hostias -nunca mejor dicho- se sigue sufragando la muy católica carcundia episcopal. A ver, que alguien consiga explicarlo, que espero bien sentadito.

lunes, 8 de junio de 2009

A veces, lo más idiota tiene otros usos...






... lo que no quiere decir que se justifique por esa unión de utilidad y deficiencia. En fin, que he leído el Pierrot Lunaire original. No el de Otto Erich Hartleben en alemán que años más tarde musicó Schönberg y que, a decir del L. A. de Cuenca, prologuista de la edición, está bastante edulcorado, sino el del francés Albert Giraud (Ediciones La Palma, 2008). Digo lo de idiota sin el menor afán de insultar -más bien defino, en todo caso-, pero decidme si la nota liminar no merece algún calificativo que mortifique:


"Mi amigo Alberto Ruiz-Gallardón es un entusiasta de la famosa obra atonal Pierrot lunaire (1912) del compositor austríaco Arnold Schönberg (1874-1951). Recuerdo haber asistido en la Puerta del Sol, cuando él era Presidente de la Comunidad de Madrid, a una performance de esa obra que se quedó a vivir en mi memoria, como si fuese la magdalena de Marcel Proust. En aquella ocasión, Alberto me animó a traducir el libreto de Pierrot lunaire al castellano, para que pudiese cantarse en la lengua de Cervantes la maravillosa pieza de Schönberg..."

El peloteo que le dedica es vergonzoso: "Cuando este libro vea la luz (...) enviaré, cómo no, un ejemplar a Alberto Ruiz-Gallardón..."

No prosigo por no amargar el rato a nadie con un mínimo sentido del decoro. Y, sin embargo, la traducción no está nada mal, como en "Supplique":

"Pierrot! Le ressort du rire,
Entre mes dents je l'ai cassé:
Le clair décor s'est effacé
Dans un mirage à la Shakespeare.

Au mât de mon triste navire
Un pavillon noir est hissé:
O Pierrot! Le ressort du rire,
Entre mes dents je l'ai cassé.

Quand me rendras-tu, porte-lyre,
Guérisseur de l'esprit blessé,
Neige adorable du passé,
Face de Lune, blanc messire,
O Pierrot, le ressort du rire?".


"¡Oh, Pierrot, la risa de oro
se me ha perdido entre los dientes!
Se ha borrado la claridad
en un espejismo a lo Shakespeare.

Un pabellón negro se yergue
en el mástil de mi navío.
¡Oh, Pierrot, la risa de oro
se me ha perdido entre los dientes.

¡Devuélmela tú, poeta,
médico del alma angustiada,
nieve adorable del pasado,
faz de Luna, blanco señor,
oh, Pierrot, mi risa de oro".

Con lo que quiero decir que a veces el mal poeta traduce bien o que el lacayo impresentable resulta deleitoso, tanto como útil, a los que no nos gustaría tenerlo ni de compañero de banco público.