viernes, 17 de julio de 2009

Sobre el deseo



¿Qué hace que alguien nos guste? ¿Qué decisiones inconscientes, qué percepciones se encadenan en el interior del instinto para que su presencia nos cause placer, necesidad o algo que se le parece? ¿Hay afinidades, se trata en cambio de contraste y equilibrio?

Nunca he tenido claro el proceso por el que en los primeros segundos de una relación el cerebro ya ha decidido que sí, esta presencia va a conseguir activarlo de un modo que otras no lo lograrán por más que intenten imponerse de modo racional, a expensas de la intuición.

De otro modo, ¿por qué dones de nuestro espíritu, por qué morbosa emisión de marcadores químicos conseguimos atraer a otra persona? ¿Hay posibilidades de encauzar nuestras maneras y que el otro acepte el tono en que exponemos las primeras obviedades, el gesto con que nos apartamos el pelo de la frente, la sonrisa insegura del comienzo?

Y, en fin, ¿qué tremenda falta de adecuación, qué desajuste de mundos se produce cuando alguien nos gusta, y nos gusta tanto que puede llegar a ser un sentimiento insolente y destructivo, mientras nosotros no logramos atravesar siquiera la primera capa de su interés?

Algo de eso se preguntaba ayer un tal Carlos Mored, personaje que estos días tengo entre manos. Al menos, eso me ha dicho sin que nadie se entere, y a mí me viene al pelo.

martes, 7 de julio de 2009

Visión humana de los montes




Los lugares del mito aparecen del modo más insospechado. Estás pensando en la bárbara, la hostil entraña de los montes y topas con una foto que te vuelca encima. Quizás sólo querías llorar un rato a solas, tan a gusto, pero el espectáculo corta el resuello. Tan grandioso que impide recordar.

O quizás la grandeza existe ante todo en el interior de quien observa. Hay que tener amplitud para apreciar lo enorme, sin duda. No entiende sólo quien desea.

Ayer encontré una marejada de imágenes que, sin ir buscando a Oli, me trajeron su presencia -y la mía, por supuesto- en lo más alto y feliz del invierno, en los montes de Zuera. No he vuelto por ahí desde el incendio del año pasado. Y querría no estar solo cuando me golpease el viento de la sierra, cuando decida en mi interior qué daño me ha causado.

¿Pero cómo podría trotar ella otra vez junto a mí, la lengua afuera, su mirada fija en mis gestos? La recuerdo expectante para saber por qué camino repetiremos hoy los pasos de otros días. Deseando seguir no sé si el ritmo de las piedras conocidas o la marcha encrespada de ese viento que a veces nos llevaba hasta la cima. Su perfume de hierbas libres. Su presencia.

Duele tanto que no hay horizonte que me alcance.
Oli, mi perrita buena.



viernes, 3 de julio de 2009

Planes para este verano.


Aproximadamente, así.