lunes, 28 de marzo de 2011

¿Podemos pensar que por fin ha empezado el siglo XXI?




domingo, 20 de marzo de 2011

Para ser antipático y muy desagradable (en literatura)

Voy a ser impopular una vez más. Voy a defender ideas incorrectas.

Primero, en literatura, que conlleva menos riesgos de perder integridades anatómicas, si bien a la larga de una carrera modesta como la mía puede ser más perjudicial.

Alguna vez he hablado de mis fobias y creencias literarias. Una de las más acendradas es la certidumbre de que no cualquier tema es objeto de tratamiento artístico, al menos, en cualquier género. Y hablo no como lector, ya que podría tragarme cosas impropias por desconocimiento o perversión del buen juicio, sino como novelista y poeta. Ahí es más difícil el engaño.

En efecto, no vale todo. Los criterios de adecuación y decorum, por muy trillados que estén, son más necesarios que nunca en esta época de debilidad intelectual. Si da lo mismo culto que indocumentado y experto que advenedizo también se truecan los valores de bueno y putamerdoso, exquisito y del montón.

Cada día vemos a personajillos que opinan (verbo infausto) con total desfachatez a pesar de no saber nada sobre el asunto víctima de sus opiniones. Cualquiera con buen criterio valoraría sus excrecencias con el mismo rasero que el lodo de pocilga y los mandaría a producir más por esos oteros pero no, queridos niños. Hete aquí que se merecen todo el respeto (según se ve hay que respetar opiniones, no a las personas y su derecho a emitirlas). Por lo mismo, sus exabruptos valen lo que las personas que los eructaron.

Así que, volviendo al asunto, afirmo que no da lo mismo escribir sobre zapatos en un folleto publicitario que en cierta novela de alguien que fue bueno y por decisión propia se ha quedado en artesano resultón. Ni se puede atinar en alejandrinos(1) con lo que se expresa mejor en prosa. Todo lo lírica que se desee, pero prosa.


Por lo mismo, las ideas que a veces dan lugar a cuentos memorables no pueden aplicarse sin más a la complicación
y longitud de una novela. Así, vemos narraciones que se arrastran por interminables cientos de páginas y, si bien las consideramos, en cincuenta ya habrían terminado con lo (poco) que iban a decir.  


 Los límites de los géneros, siempre puestos a prueba, estoy convencido de que pueden dar más de sí, pero llegarán a un punto en que la cuerda se tensa demasiado, rompe y todo se cae. En literatura también hay ciertas imposibilidades. Básicamente, las que limitan con la falta de talento.



 

(1) Qué más quisiera que los poetas del momento abandonaran el tabulador, tecla que blanden como cizalla para cortar mala prosa y compusieran algún verso contrastable con el más lejano atisbo de lírica. Ahí sería yo todo mieles, pero no.

miércoles, 16 de marzo de 2011

De cómo desbordar el vaso



Hablando el otro día (con Sandur, entre otros) sobre la epidemia de esterilidad que parece arrasar el solar patrio, sobre los procesos creativos y las circunstancias que pueden suscitarlos, comentaba alguien, quizás yo mismo, que la capacidad de crear es algo como sucede en la película japonesa "Agua tibia bajo un puente rojo": un caso de desbordamiento agudo.

Cuando el cerebro (el cuerpo de la protagonista, en la peli) se siente repleto de sustancia necesita soltarla en forma de riada torrencial. Cuesta que empiece pero luego no deja de fluir hasta que se acaba el episodio o la novela. Si no se realiza esta operación el cuerpo está hinchado, el cerebro se estraga y puede haber malheridos.

Hasta ahí, nada novedoso. Lo tengo comprobado desde hace bastantes años. Peor es cuando el cerebro no llega a colmatarse y esta situación se prolonga durante meses, años incluso. Tampoco puede decirse que esté tam quam tabula rasa, como el de un aficionado al fútbol por televisión, pongamos, pero no llega al umbral crítico. Ahí sobreviene otra tragedia, que es la afición de tantos cuasi-estériles por cometer novelas en estado mi cuit. Una por año, si lo exige el editor. Y que no decaiga.

Ante ese vicio, garantizado por el mecenazgo liberal de tantos premios amañados, poco puede hacer una república pusilánime y mezquina como la que disfrutamos. Por mi parte, pretendo seguir el consejo de los que saben y llenar mi sesera de las gilipolleces que comparto con ustedes hasta que haga aguas por todas partes. Veremos qué sale de todo ello. Los tendré por testigos.

martes, 15 de marzo de 2011

Raquel Andueza y La Galanía

Hace poco escuché a esta soprano navarra en el Auditorio y qué puedo añadir al vídeo, salvo que en directo es aún más intensa. No obstante, salí del concierto con la sensación de que me había perdido algo.




Es que el barroco, por muy popular que parezca, no es plato ligero sin una cierta adecuación del oído. Hay que educarlo igual que se educa la vista en una exposición de fotografía industrial o el intelecto en un ensayo filosófico. De primeras pensamos que son bastante espesos, casi áridos. Gran error. En la dificultad hay una altura (y longitud) del placer que raramente se encuentra por medios más epidérmicos.

En fin; allanan el camino interpretaciones tan contemporáneas como la presente. No por facilonas, sino porque tienen frescura, se escuchan con sorpresa y, sin embargo, uno parece que va recordando cosas conocidas. En realidad, nada igual había llegado a mis oídos.

El disco "Yo soy la locura" ciertamente lo es. Un paseo por la música barroca en español (que no española: aparecen obras de H. du Bailly, B. Sanseverino y J. B. Lully) referida a la pasión amorosa y sus desviaciones. Y algunas letras son bien poco canónicas, que digamos.

Para que luego nos vengan con que los clásicos se pasaban el día entre seriedades y devociones santas. ¡Ja!

lunes, 7 de marzo de 2011

Dmitri Shostakovich, cómo no.

No descubro nada al decir que el 1er. concierto para violín de Shostakovich es formidable. Sin embargo, hay un movimiento que me tiene apabullado desde que lo escuché por primera vez, y no hace demasiado tiempo de esto. Es el tercero. Concretamente, su Andante. ¿Por qué?

Simplemente porque la música de Shostakovich está por encima de cualquier interpretación y transmite un aire de desolación, una tristeza que busca desbordarse pero se contiene en ese esquema musical clásico, casi romántico. Y contrasta poderosamente con los movimientos que la preceden y continúan. Por ello es más efectiva. 





Recomiendo, de todos modos, las versiones de dos intérpretes jóvenes: Ruth Palmer, algo más cerebral aunque muy intensa, o de la glamurosa Lisa Batiashvili ("Echoes of time"), que está causando sensación. No sabría cuál elegir.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Meeting Sandur (I)



Sandur es el personaje principal de mi próxima novela, "Los días y la noche". Ya hace unos años que la ideé. Sin embargo, ángeles (maléficos, pero eso no hace falta aclararlo: todos lo son) que no me explico a qué obedecen me han impedido acabar lo que anda desde entonces in medias res.

Sandur es un individuo peculiar, como todos mis protagonistas, y no me resisto a incluir en este blog alguna de sus perlas. Quizás de este modo consiga que comparezca de continuo. 

De todos modos, lo que aquí presento no será fragmentos de la novela, sino algunas notas que preceden a la creación. Pocas veces coinciden con lo escrito, aunque casi siempre lo prefiguran.

A Sandur le falta poco para morir, y lo sabe. Por ello, sus confesiones no deben nada a quienes puedan escucharlas una vez muerto. Esa es la condición.

Veamos un ejemplo:

—Hay una creencia bastante extendida en que lo natural es bueno. Un concepto humano que no llega a entender ni la menor brizna de naturaleza. Lo que es, es. Sin adjetivos. No hay categorías. Esos conceptos de bondad o malicia los colocamos nosotros con calzador, para que se adapten a nuestra conveniencia. Y créame que al mundo nunca le han hecho falta. ¿Podría usted decirme por qué una inundación, la erupción del Etna o una sequía prolongada son perversos? —continuó tras meditar unos instantes—. ¿Quién nos ha dado el derecho de calificar lo que no es obra nuestra con criterios, digamos, sociales?

O este otro, que no tiene desperdicio:

—... No se puede confundir el autor y sus obras, dice usted. ¿Y hay algo más que quede oculto a ojos del espectador? Si es así, ¿importa? ¿Alguien juzga al creador por lo que podría haber hecho o por lo que ha dejado de crear? Nunca —se respondió, rotundo—. Igual sucede con ese absurdo concepto de Dios. Los creyentes desean atribuirle artefactos espirituales más propios de la ciencia-ficción que de una teología seriamente considerada, como debería ser. Fantaciencia la llaman mis hijos, ahora recuerdo la palabreja. Aldo, por ejemplo, es muy aficionado a esas imaginaciones estériles. Sin embargo, los abstemios en creencia sólo podemos juzgar al autor — e hizo un gesto que abarcaba todo con el brazo libre de tubos — y, por qué no decirlo ya, denostarlo por sus acciones, su creación, sus efectos en el mundo visible. Éste es el único que podemos conocer, si me permite la reducción como hipótesis de trabajo. La conclusión es evidente. Yo, al menos, tengo formada una opinión al respecto. Y algún día usted la tendrá sobre mí, es decir, sobre mi obra, mi vida. ¿Va a juzgarme por lo que siento o por lo que hice, por los motivos que me llevaron a construir este territorio y que parecen importarle tanto o por qué ha sido de cuánto heredé? Recuerde la parábola de los talentos...



—Entiendo, por todo lo que dice, que se considera a sí mismo como un dios en su propiedad...


—¿Y quién no? De entre los que crean, puedo asegurar que no hay quien no domine la materia. Así que le debe un cierto vasallaje. Otra cosa es que el autor, como presuponen las mentes sencillas, haya de estar presente en cada instante de sus criaturas. Si es competente y cabal consigo mismo dejará que actúen a su modo. Nunca puede intervenir en el rumbo elegido una vez ha dejado que salgan de puerto. La expresión “si Dios quiere” se convierte en una estupidez, una rotunda estupidez propia de quien tiene miedo y aún no ha dejado de ser niño. Hay que crecer, querida, hay que romper con el padre. ¿Se imagina un monstruo capaz de generar esa abominación llamada Big Bang, de concentrar todos los elementos de la materia en un punto diminuto, absurdo, una densidad inconcebible, dedicándose luego a redimir por delegación no sé qué excrecencias de última hora o a persuadir a sus leyes universales de que beneficien a fulanito en el sorteo de la lotería o reproduzcan ex nihilo la pata perdida de un feligrés? ¡Hay que joderse con los creyentes! Ni la lógica más evidente es capaz de frenar sus imaginaciones.


Un tipo encantador, según se va viendo. Cuando sea mayor quiero parecerme a Sandur. Lo juro.

martes, 1 de marzo de 2011

Adolescentes al mando del guión



Más de una vez lo he comentado de algún antiguo conocido de hace años: parece que sigue en la adolescencia, se deja llevar por la impresión elemental, tiene los mismos referentes que a los dieciocho, ni siente ni respira en otro mundo que el suyo (y prefiero no describirlo de penita que me da). Apliquemos la frase socorrida: "Te has quedado en el setenta y tres/con Bowie y T. Rex".

Vaya, que podría ser guionista de algunas películas del momento. Por qué no de "Saw VI" ( ¿o era VII? ¿VIII? ¿XXV?) o la misma "Cisne negro" que tuve la mala idea de ver hace unos días.

Creo que han dado un Oscar a Natalie Portman por su interpretación en esa cinta. Más les valdría haberla reconocido cuando deslumbró en "León (El profesional)" o, sobre todo, en "Beautiful Girls". Ahí me atrapó para siempre, lo reconozco, y por eso consentí en ir este fin de semana a verla bailar en ese lago de los cisnes larguísimo, tramposo y deslavazado.



Lo peor del asunto es la disolución progresiva del cerebro de esos guionistas que piensan (es un decir) suficiente poner en pantalla imágenes impactantes para que el sentido funcione por sí mismo. Ni establecen ritmo ni progresión ni lógica interna en los personajes. La cosa es que parezcan seres reales, aunque con los métodos del videoclip. Y la verdad es que no hacen más que un vistoso ejercicio de caricatura de sentimientos, o pasiones, que es de lo que debe de ir la película, alejados por completo tanto de la lógica como del vértigo. 




Me aburrí en sus dos tercios primeros, faltos de tensión, erráticos. Luego, desalentado ante la falta de chicha argumental, cuando la acción se abalanza en un final apoteósico, más bien sentí que todo el tinglado rondaba el ridículo y lo hortera antes que el espectáculo grandioso. (Por cierto: ¿es que no hay otro ballet clásico que el puto "Lago de los cisnes"?)

Eso sí, el montaje es de lujo. Y se han debido de gastar la intemerata. Y la Portman está guapísima. Y a mi acompañante le encantó Vincent Cassel. Y Mila Kunis, morbosa y atractiva, parece que promete.

Pues qué bien.