jueves, 25 de septiembre de 2014

Evolución.



Releo "Dos imágenes en un estanque", cuento de Giovanni Papini que está incluido en "El piloto ciego", editado por Rey Lear, y que da un giro curioso a la tradicional idea del encuentro con el doble. En este caso, se refiere a la persona que uno fue y se presenta ante el protagonista bastantes años más tarde. Recomiendo la colección de relatos y cualquier otro del estilo de "Gog", "Magog" o "El libro negro". Fundamentales. 



Casualmente, días antes había tenido una conversación de esas en las que en realidad monologaba con auditorio. Proponía a mi contertulio la sensación de que los años pasados desde que llegué a Madrid para instalarme definitivamente habían causado cambios graves en mi carácter. 

Y venía a cuento de cómo me había comportado con una persona que, en definitiva, debe de pensar que soy idiota y deseaba abusar de mi paciencia. Además, con malas prácticas. Todo, porque una vez me porté bien con él... En fin, que estuve borde pero discreto, displicente pero (casi) cortés. Y dije una porción de cosas que en absoluto pensaba cumplir. Hace una década habría obrado con mejor o peor fortuna, pero me habría enfrentado a las claras y habría sido certero, directo, quizás brutal. 

No creo que sea cuestión de cobardía. Al menos, no en su mayor parte. Es más bien la perspectiva de que mucha gente no me aporta nada en absoluto y absurdamente exige más cada vez. Me ahoga el convencimiento de que no merece la pena explicar mi punto de vista porque, o no se tiene en cuenta, o no se escucha o no se comprende. En todos los casos, un mismo resultado. 

De ahí que cada vez sea menos sincero, más cauto, más introvertido. Y no es que haya ganado en profundidad o en sutileza. Más bien, a menudo no tengo un interlocutor solvente y mantenerse al margen es el mejor modo de resistir. 

También me altero menos, para alivio de quienes me sufren. Claramente, considero que ahora soy peor persona, aunque me gusto más. 

jueves, 18 de septiembre de 2014

Otra vez.



Me gusta escribir sobre el otoño. Es una estación de deslices y, pese a no poder disfrutarla apenas por las sevicias del trabajo, siempre ejerce una ambigua influencia.

Anteanoche tuve una taquicardia insólita, injustificada, como venida a destiempo. Hoy me encontraba algo cansado. Ayer por la mañana tuve la urgencia de salir de mi despacho y andar. Me habría gustado que fuera por el monte, bien calzado y acompañado por mi perra, pero me contenté con hacerlo por los alrededores. 

Está claro que no me apetece lo que hago (¿a quién sí?) y que cada vez mi mente lo disimula peor ante mí mismo. Hace tiempo, este mes transcurría con la urgencia del agobio. Ahora, o me estoy dejando llevar por la abulia o es que todo me la suda y no quiero dejar de constatarlo. 

En cualquier caso, las nubes sufren esos abombamientos estacionales, esos desgarros y derivaciones que tanto me agradan. El viento comienza a ser más fresco. La luz, sobre todo, se ha convertido en un mundo que estaba esperando desde hace cinco o seis meses y tímidamente se afianza. 

¿Quién podría permanecer impasible?

lunes, 8 de septiembre de 2014

No sé si merece la pena...


Esa suerte que no llega nunca sí tiene, en cambio, guardado un premio: la disciplina de la espera. Es cierto que no alcanza la consumación cuasi mística del objetivo, pero mantiene la mente alerta y selecciona actitudes y preferencias que de otro modo quedarían obtusas, cercenadas. 

Especialmente, en el lado creativo; también en el humano. Se está más alerta cuando no ha habido nada que llevarse al coleto durante una larga temporada. La gazuza estimula el gusto y afina otras aptitudes. Uno debe diversificar los estímulos si quiere lograr cualquier tipo de satisfacción. Hay que ensayar posturas diferentes, no cabe duda. 

Por otra parte, esta leve insatisfacción tiñe de melancolía otros negociados que no deberían verse afectados y, de ese modo, cobran un sabor definitivamente más profundo, menos consabido, alejado de simplezas y líneas demasiado rectas. 

Prefiero no dar más argumentos. Supongo que estoy tratando de justificar algo que no termino de creerme. 

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Alguna reflexión...



No sé si eso era lo que estaba esperando, pero quizá no tuve la osadía de enfrentarme con todas las consecuencias, ofreciéndome de lleno, aceptando que era una invitación. No lo sabré nunca. Las mejores cosas de la vida sorprenden siempre, llegan inesperadas y sólo somos capaces de apreciarlas cuando han pasado brevemente por los labios, tan deprisa que no nos dio tiempo a paladearlas. 

Nos rozaron y sigueron su camino sin que fuéramos capaces de entender, ni siquiera años después, la importancia capital de ese momento escurridizo, esa excitación breve, ese detalle de apariencia inofensiva que tras la decantación del tiempo y la inteligencia cobra una dimensión gigantesca, capital en nuestras vidas. 

Desafortunadamente, no es posible volver. Sólo cabe girar la vista desde la ventana que se escapa y jurar que en la próxima ocasión seremos más intuitivos, esos seres osados y desprovistos de ataduras que nunca hemos llegado a explorar pero deben de anidar dentro de nosotros. Tienen que estar en algún lugar. 

En definitiva, más que la agonía del pasado imposible, estamos celebrando la muerte de nosotros mismos.