martes, 7 de julio de 2009

Visión humana de los montes




Los lugares del mito aparecen del modo más insospechado. Estás pensando en la bárbara, la hostil entraña de los montes y topas con una foto que te vuelca encima. Quizás sólo querías llorar un rato a solas, tan a gusto, pero el espectáculo corta el resuello. Tan grandioso que impide recordar.

O quizás la grandeza existe ante todo en el interior de quien observa. Hay que tener amplitud para apreciar lo enorme, sin duda. No entiende sólo quien desea.

Ayer encontré una marejada de imágenes que, sin ir buscando a Oli, me trajeron su presencia -y la mía, por supuesto- en lo más alto y feliz del invierno, en los montes de Zuera. No he vuelto por ahí desde el incendio del año pasado. Y querría no estar solo cuando me golpease el viento de la sierra, cuando decida en mi interior qué daño me ha causado.

¿Pero cómo podría trotar ella otra vez junto a mí, la lengua afuera, su mirada fija en mis gestos? La recuerdo expectante para saber por qué camino repetiremos hoy los pasos de otros días. Deseando seguir no sé si el ritmo de las piedras conocidas o la marcha encrespada de ese viento que a veces nos llevaba hasta la cima. Su perfume de hierbas libres. Su presencia.

Duele tanto que no hay horizonte que me alcance.
Oli, mi perrita buena.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Toma Mercedes, honra tu propia sangre y déjate de mediocridad vana.

http://www.youtube.com/watch?v=x6vwggmhCUU

José María dijo...

Críptico estás, hermano Anónimo.