martes, 10 de noviembre de 2015

Fantasías


Cataluña o, al menos, parte de los catalanes, está viviendo estas semanas en una fantasía que insisten en llamar "independencia". Y, como suele suceder con las fantasías, hay un reverso oscuro y unos costes inesperados que parecen inseparables de tamaña dicha.




"Ójala consigas lo que deseas", dice la maldición. Me temo que algo así les va a pasar dentro de poco a estos botarates que, en el plazo de cuatro o cinco años, han girado hacia la ruptura total con la nación española. 

Nadie con un punto de sensatez entiende por qué, de pronto, es tan insoportable vivir juntos. Cierto es que los problemas evidentes que aquejan al sistema autonómico y al caso vasco y catalán, concretamente, no se han resuelto con el gobierno de un asno como Rajoy. Al contrario, su táctica de dejarlos pudrirse ha resultado tan nefasta como conveniente para los ventajistas que buscaban ganancia a río revuelto. 




Pero eso no obsta para que cualquiera, en su lugar, hubiera intentado fórmulas políticas de negociación, presión o incluso amenaza. En el caso, claro está, de que intentara solucionar algo. Lo que ha hecho un mentecato como Mas, asediado por docenas de casos de corrupción, entre los que destaca la espectacular trama mafiosa de la familia Pujol, es tirar adelante, en la esperanza de enmascarar con la fantasía futura sus vergüenzas presentes.


 Ahora mismo, parece dudoso que consiga repetir como presidente de la Generalitat. Los de la CUP se la tienen jurada. Pero es que cualquier otro candidato no va a ser mejor, tal y como están las cosas. 




En cuanto a lo que espera a los catalanes, a quienes me resisto a llamar incautos, tras una hipotética secesión (1) para lo cual "se desobedecerán algunas leyes", así como las decisiones del Tribunal Constitucional y cuanto haga falta, es para echarse a temblar. 

La desfachatez con que unos representantes del pueblo, que lo son en virtud de una constitución y un estatuto de autonomía, vulneran la misma fuente que les legitima, es presagio grave de lo que podría llegar a ser esa supuesta "república catalana".

Porque no nos olvidemos que el gobierno que salga de las proximas elecciones puede ser más o menos conciliador y dialogante, pero siempre será firme en el rechazo a las declaraciones unilaterales de independencia. Y si esos politicastros se empeñan en hacer lo que les da la gana van a llevar todas las de perder. 

Nadie quiere hablar del famoso artículo 155, la suspensión de la autonomía en caso de desobediencia grave. Pero eso es precisamente lo que está planteando el Parlamento catalán, así que... 

Fantasías, como decía antes, que van a resultar muy caras para todos. Y me consta que hay unos cuantos sinvergüenzas dispuestos a que los demás sigan pagando sus tejemanejes y corrupciones. 


(1) Que se lo han creído. 

domingo, 6 de septiembre de 2015

Llevo unos días atorado...

...Con las actividades del momento, las que más exigen y menos recompensan. Pero también hay felicidad en dejarse pasar sin más obligación que la exigida para subsistir. A veces, es impensable otra vida. 


Otra cosa: he leído "Distancia de rescate" (Ed. Random House) y los cuentos de "Siete casas vacías" (Ed. Páginas de Espuma), de Samanta Schweblin, autora argentina que viene recomendadísima por toda la modernez puesta en el momento y en lo que hay que hacer porque si no, no. 

La chica es buena, qué duda cabe. Tiene una prosa ágil, potente, fluida y muy capaz de llevar al lector adonde le interesa. Lo malo es que, en bastantes ocasiones, nuestros gustos divergen. Vamos, que me quedo como estoy. No acaba de calar hondo lo que propone. 

Ya me parece patético el que cada vez que surge un escritor con garra se le califique de, pongamos, "el nuevo Cortázar". Eso mismo han dicho de Samanta. Y hay dos problemas: primero, no se parecen demasiado. Segundo, no le llega a la altura del zapato. 

E, insisto, es muy buena y me agrada cuanto hace. Pero se recrea demasiado en un mundo propio, obsesivo, asfixiante, que me parece muy bien para una obra. Luego hay que dar alternativas al lector. Y ahí fallamos. 

Su novela "Distancia de rescate", por ejemplo, es original en el planteamiento y suficientemente vaga ( y tramposa) para tenerte en vilo un número corto de páginas. No toda la novela, a pesar de que tampoco es larga (124 páginas con letra gordota y espacios generosos). Parece más bien un cuento desmesurado, hipertrófico. Y eso le resta eficacia. 

Luego, la vaguedad estudiada de sus personajes y situaciones. El no dar datos suficientes para que el lector se sitúe no siempre juega a favor del texto. Si no sabes en absoluto qué hace la mujer narradora, quién es en realidad su interlocutor ni cómo acaba la historia, a la postre te preguntas por qué sigues leyendo ese ladrillo.

La virtud de Schweblin es que el lector siga atado a la lectura por algo más que disciplina. La debilidad, que no logra ser del todo interesante; simplemente, un texto demasiado oscuro. 

No sé si recomendar o no a esta autora. Tiene su valía, ya he dicho que es buena narradora, pero creo que debería articular mejor sus obsesiones. Por el momento, me reservo el veredicto. 



jueves, 13 de agosto de 2015

"Kokoro", de Natsume Soseki



Uno es tan idiota a veces que no se lo puede creer. 

Viene esto a cuenta de los prejuicios: solo por haber oído a Sánchez Dragó poner a Soseki por las nubes (creo recordar que a un gato suyo lo llamaba así) decidí que tal escritor no podía interesarme. Qué culpa tendría el pobre Natsume de que un occidental lo hubiera "descubierto" y se apropiara de sus méritos, como si pudiera contagiársele el facherío y la soberbia mayúscula del otro por el simple hecho de que lo nombrara. Pero así soy yo: o las cosas me entran a la primera o lo tienen muy difícil. 

Pero tengo otra ventaja, y es que soy olvidadizo. Hace un par de semanas pasé por la librería Antígona y adquirí "Kokoro". Nunca en mejor momento. Es una novela excepcional, un clásico. Y no es perfecta: la relación entre un joven universitario y un maduro personaje que es tan interesante como enigmático crece exponencialmente a partir de la segunda mitad del libro. 



Esta consiste en una larga carta enviada por Sensei, el mayor, al joven (sus nombres nunca se conocen) explicando los motivos que le han llevado a su suicidio. 

Impresionante. Conmovedora. Delicadamente bien escrita. Cómo es posible que con argumento tan elemental Soseki consiga crear una de las mejores obras que he leído en años (a la altura, por lo menos, de lo mejor de Kawabata, que era fiel admirador suyo) sería cosa de maravilla si a estas alturas no hubiera leído unas cuantas obras así de buenas. 

En fin, no quiero encomiar más lo que no es ningún secreto, pero puede servir de guía para espíritus perdidos en los soles y las arenas de este agobiante verano. No sean tan torpes como el que suscribe y lean "Kokoro". No se arrepentirán. 

La plúmbea ligereza.



La ligereza de estos días de pesadilla que no quiere despejarse me tiene atrapado. Más bien, vegeto a la espera de acontecimientos (algunos, programados; otros, deseados) y leo. Y escribo para rehacer y destruir acto seguido. O sea, que estoy en la línea de salida de cualquier otro verano. La diferencia es que esta vez todavía no me he planteado releer el Quijote. Con el Persiles de hace unas semanas tengo el cupo clásico cubierto. 

Esta sensación de interinidad ya la conozco de tantas ocasiones que ni me importa. Sin embargo, no me he acostumbrado a su nervio impertinente. Vuelve a clavarme en el suelo lo mismo que cuando, en mi adolescencia, me veía días y meses encerrado en ese pueblo ardiente y desolado, enfrente del Castellar.

Ahora no es el estar lejos de lo interesante, sino el que no exista, o el tener que habitar agujeros por decreto todos los días varias horas, con esos tedios tan habituales que parecen no acabar. 


viernes, 10 de julio de 2015

"Doktor Faustus", de Thomas Mann.



Al menos es la tercera vez que leo esta novelaza y creo que, como suele suceder, he averiguado cosas que no había comprendido anteriormente. 

Como todos los buenos textos, me da igual narrativos que de cualquier otro tipo,  ha colonizado mi mente durante un par de semanas. He sido Adrian Leverkühn, o el pobre Serenus Zeitblom, el amigo-biógrafo tan devoto como inútil, aunque a la postre sea el único allegado capaz de hacernos saber sobre la vida del compositor genial. 

Y no porque Dr. Faustus sea una novela trepidante. En sentido estricto, las aventuras casi no aparecen en las más de setecientas páginas (con letra apretada) del volumen. Y, sin embargo, se hace apasionante. La aventura es intelectual, moral, espiritual, si se quiere. El recorrido vital de un ser condenado por propia voluntad que se despliega con todo lujo de detalles, a veces en escenas brillantes; otras, las más, terribles. Junto con discusiones sobre música, arte, religión, moral o historia que hacen más interesante si cabe la novela. 



De hecho, el final de la historia se me antoja algo rápido, precipitado, aunque no puede ser de otro modo. La decadencia final del protagonista está narrada con maestría pero sin exceso verbal, muy al contrario que el resto de su trayectoria. 

Esta novela es de las que, abierta por cualquier página, sorprende y encandila a partes iguales, tan bien escrita está.  
Y el paralelismo entre la exaltación, primero, y la caída posterior de la vida del músico genial y la evolución de Alemania bajo el nazismo y durante la 2ª Guerra Mundial es un elemento dramático más que da grandeza a una obra ya tendente a lo desmesurado, a la tragedia total.

A menudo leo esta novela como hago con el "Quijote": en verano y a saltos, deleitándome en tal escena, recordando otra que se me había olvidado, como si escogiera en un bol de fresas. Sin embargo, casi siempre acabo por repasar el volumen completo. Una delicia. 

domingo, 5 de julio de 2015

Bendecido.



Pocas veces sucede. Nunca en plural, por supuesto. Tengo la firme convicción de que en comandita no puede hacerse nada que funcione como es debido. Y, a menudo, tampoco yendo a mi aire. 

Salvo cuando llega la situación de empezar a crear. Entonces sé (porque estas cosas no se analizan ni se barruntan: se conocen al instante) que las potencias están desbordando el cuenco llamado cerebro y que ese rebosar genera inquietudes, dudas, miserias de diverso calado pero siempre imantadas por algo que las hace livianas y fructíferas. Es hora de pasar al lado de la producción. Las demás actividades, si bien permitidas e incluso necesarias, se quedan en el fondo. 

¿Sirven de contrapeso? Por supuesto, con tal que no molesten lo que ahora va a acaparar toda mi atención. Y es que pensar en lo ajeno exige siempre un alto grado de introspección.

Así que esta temporada, si no saludo o no respondo a una pregunta o sencillamente me quedo mirando a las avutardas o de pronto cojo un trozo cualquiera de papel y anoto furiosamente cualquier fruslería, no hagáis ni caso. Dentro de unos meses despertaré y volveré a ser el de siempre. 


sábado, 4 de julio de 2015

Communication breakdown




Lo recuerdo bien: esa era la canción de los Led Zeppelin que sonaba constantemente en el tocadiscos de la peña. También "Moby Dick". Creo que aquel día eran los únicos singles que quedaban intactos: poco antes habían sido fiestas y a saber qué fue de los otros.

A algunos les encantaba el inacabable solo de batería, a otros, la voz aguda de Plant y la potencia guitarrera de Page, con ese riff medio heavy que era entonces lo más de lo más. 

Aunque daba la impresión de que ya no lo escuchaban. Sentados de cualquier manera sobre colchonetas dudosas, sillas desvencijadas, un asiento relleno de algo indefinido que aún conservaba la forma de pesebre, todos estaban fumando. Observando. Calibraban al recién llegado. 

¿Cuánto había transcurrido desde que me fui? Dos años, tres a lo sumo, y ya no conocía a nadie. Sombras, anécdotas, recuerdos velados. Quería interpelarlos, mostrar mi antiguo conocimiento y los guiños que nos conformaban. Las cosas habían cambiado. Los rostros, aunque todavía reconocibles, no me respondían.

Alguien me abrió un botellín no muy fresco. Lo bebí como si me gustara, sin limpiar los retos de orín con la mano. Estuve unos minutos callado, observando los rostros en penumbra. 
Por fin, alguien rompió el silencio. Quería saber de mi vida. Pero entendí que no le importaba. Ni a él ni a ninguno de los demás. Salí del paso con vaguedades y entonces fui yo el que interrogó. ¿Qué había sido de fulano? ¿Dónde estaba el otro, mi compañero de tales y cuales andanzas infantiles? ¿Y las chicas? ¿Seguían como siempre? 

A veces se reían de mi ingenuidad. Claro, yo me había quedado estancado en los doce, trece años. Ellos conocían el resto, juzgaban con mejores datos, no se dejaban ofuscar por mis nieblas.


Tras aquella tarde decepcionante en una peña cuyo nombre no recuerdo, supe que tampoco pertenecía a ese lugar. Nunca más volví. 

Estoy dispuesto.


A veces me siento así. No porque haya exceso de felicidad ni las cosas se agranden en el cerebro, despegadas de sus justos sostenes de diario. Sencillamente, es una intuición. Por lo mismo que en otros episodios todos los males parecen confluir y se arraigan y reproducen durante largas temporadas de desgaste íntimo. 

Pero ahora no. Toca crecer, y en todos los sentidos. Siento que hay vida. Dificultosa, pero cuándo no lo es. Atrapada en las minucias que enredan todo entendimiento, sujeta al azar de lo que nos puede venir y casi nunca llega. Pero sí, entiendo que va a acudir a mi mente tan pronto me disponga a dejarla fluir por la yema de los dedos. 

Ya lo veremos. 

miércoles, 24 de junio de 2015

Lo merezco.



 Oigo que la vida fluye, o cosa parecida, y no puedo estar más de acuerdo. Aunque no conozco la intención de quien lo dijo en un contexto bien diferente, aprovecho sus palabras y me las apropio, como suelo cuando algo interesa. 

Es casi demoníaca la sensación del paso del tiempo. "Panta rei", pero "rei" de verdad, sin interrupción, con insidia, como si fuera la vida en ello. Y va.  

Hace poco tenía ocasión de soñar con gentes que fueron mías a los dieciocho, veintipocos años, y han pasado al menos otros tantos desde que las vi por última vez. Aunque las imagino al menos tan postergadas como yo, con sus malicias, derivas de la edad, achaques iniciales, huellas de tanta lluvia que nos ha caído, sin embargo se me representan turgentes e imperiosas, ingenuas, seductoras, desprendidas, muy gilipollas. Tal como fuimos. 

Para las afueras, comento que, en el sueño de rejuvenecer a voluntad, jamás volvería a pasar lo que he pasado desde entonces. Pero miento. Me miento a mí y acallo las fantasías ajenas con falacias que nunca podrán convencerme. 

¿Volvería a ser imbécil y equivocarme, a aburrirme y hacer el indio, a engañar y que me hiciesen más maduro a fuerza de traiciones? A pies juntillas. Aunque repitiese las mismas torpezas, solo por aspirar los aromas que hace tanto no me vuelven la cabeza y dicen: "ese fui yo; ahí me tuvieron cautivo". 

Sí, nacería otra vez. Y con todo el dolor, para que quien ahora soy supiera que este tiempo no ha podrido la capa interior, la que enrojecía sin medida y se mostraba tan bella como inútil, tan desconocida que casi me recuerda estos momentos de incertidumbre. Soy quien fui, y lo merezco. 

lunes, 15 de junio de 2015

Tormenta diaria.

Cuando amaga el primer relámpago, ya todo está decidido. Entonces se ven las nubes, el viento parece más fuerte y destemplado, hay sonidos que inesperadamente absorben la presión del momento y que, poco antes, habrían sido impensables. La tarde se hunde en tinieblas desaforadas, en esplendores momentáneos que a la postre la vuelven más gris. 


Pero, al poco, uno se acostumbra al estrépito. En realidad, tampoco es tan grave estar bajo el chaparrón, encogerse con cada estallido, buscar a la carrera un refugio endeble que permita creerse en mejor condición. 

Qué lástima: a estas alturas de partido ya no me consuela la limosna cotidiana. Prefiero exponerme al fuego del cielo. En despoblado.

miércoles, 3 de junio de 2015

Todo va cuadrando.




Que era una incompetente y una arribista, eso lo sabíamos todos aquí en Madrid. Que nunca había tenido una aparición relevante en temas tocantes a su negociado (Consejería de Educación), también. Ahora resulta que está implicada (por decirlo de modo caritativo) en la trama Púnica. Vaya con Lucía Figar. Y parecía idiota. 

Así que su marcha a la empresa privada podría tener otras motivaciones más públicas y menos de "necesidad de tener tiempo para la familia", que es la sandez que suelen decir estos individuos cuando hacen funcionar la puerta giratoria. Y cuando se ven a punto de ser derribados por la investigación judicial. 

Pues nada, Lucía, nada. a disfrutar de tu empresa, tu familia y tu (hipotético) juicio en horario completo. A ver si ahí destacas lo que no has hecho todos estos años en Educación. 

Lo mejor de esta historia es que Cristina Cifuentes anda largando trapo y quitándose de enmedio: "Yo no he tenido nada que ver", dice, viendo los pactos con Ciudadanos un poquito en el aire (¿no eran "Ciudatans" hace unos meses?). 

De verdad que me encantaría que no salieran adelante pero, conociendo a los de Albert Rivera, yo diría que puede dormir tranquila. 

En cuanto a Esperanza Aguirre, ya no sé qué decir. Salvo que, pura e inmaculada, todo su equipo estaba formado por corruptos. Hasta los más inanes, como Lucía Figar, que tenía más de zote que otra cosa. Hay que ver la mala suerte que tiene la sra. condesa. Debe de ser un caso único en la historia. 

¿Está seguro Rajoy de que hasta las elecciones generales de noviembre no van a seguir goteando casos como este o más graves aún? 

jueves, 28 de mayo de 2015

Muerte en el instituto.



El caso del I.E.S. ciudad de Jaén es otro ejemplo más de cómo la administración (educativa, en este caso) trata a los administrados y de quién paga el pato cuando algo que estaba mal organizado por los primeros se va a tomar viento. 

Porque es un clamor insostenible la dejación a la escuela pública y el favoritismo con la privada (concertada o no) que ha mostrado desde siempre el PP madrileño. No hace falta que cite los 900.000 € (creo que era esa cifra, u otra parecida) que se llevaba el otro sinvergüenza por cada autorización de abrir un colegio privado, o el hecho de que no se ha reducido sensiblemente el gasto en educación en esta Comunidad durante los años de crisis y, sin embargo, los institutos y colegios públicos cada vez tienen menos medios humanos y materiales. 

¿A dónde va el resto del dinero? Evidente: a la privada. Y a hacer campañas publicitarias absurdas con un coste de bastantes millones de euros para promocionar algo tan consabido como la libre elección de centro. 

Pues bien: sucede la catástrofe, esa pobre chica se suicida porque un pre-delincuente la está acosando, se organiza el consiguiente revuelo y ¿quién tiene la culpa? ¿Los que permiten que un centro con 1.200 alumnos (¡y qué alumnos!) se degrade por falta de atención sistemática? No, por supuesto. La culpa la tiene el equipo directivo del centro, los muy desalmados, que no dieron los pasitos reglamentarios y no rellenaron y enviaron (dicen) los papeles (1) que pasaportan directamente al chaval involucrado en un asunto tan feo a Fiscalía de Menores: reclusión en centro cerrado, y tal. A lo tajante. Solo que si luego resulta que no se prueban las acusaciones, el acusado puede incluso denunciar al equipo directivo. 

¿Y quién controla a los inútiles (léase: Consejería de Educación; concretamente, Dirección de Área Territorial Madrid-Capital, a cuyo frente está por méritos de guerra (2) Dña. Belén Aldea) que han causado en último término la situación? 

Porque ellos enseguida exigen responsabilidades de todo tipo a quienes no dan nada. Nunca. Por ningún concepto. Y sé bien de qué hablo, por desgracia. Pero a la hora de asumir la culpa, eso es otro cantar. 

El caso del I.E.S. Ciudad de Jaén es emblemático: un solo orientador para 1.200 críos de armas tomar, falta de profesorado, de medios materiales, de medidas pedagógicas de todo tipo. Así es muy fácil apuntar con el dedo y decir que algo está mal hecho. Me gustaría saber con qué ánimo acuden los profesionales de la enseñanza todas las mañanas a intentar dar clase en ese zoo. Yo, en su lugar, me daría de baja por depresión. 

Por eso, entre otras muchas cosas, es tan grave que los mismos PPatanes sigan al frente de esta Comunidad. 

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(1) A pesar de atender a la familia de la acosada y aconsejar que denunciaran los hecho a la policía, cosa que al parecer hicieron en dos ocasiones. 

(2) Si alguien no sabe a qué me refiero, que revise el historial reciente de esta señora y averigüe por qué méritos está en ese cargo. No hay más que decir. 

martes, 26 de mayo de 2015

Pequeño vals vienés, o cómo mezclar Lorca, Cohen, Morente y Lagartija Nick.


Me parece apropiado consolar las ansiedades de hace dos días con la intensidad logradísima de esta versión, que considero tan impresionante como la original, cuando menos. 






                      ¿O no?





Por cierto: he vuelto a releer "Doktor Faustus", de Thomas Mann, por enésima vez. Para mí que es su mejor novela. Y, harto de semidecepciones políticas y mensajillos de baja estofa, nada mejor que esa obra monumental para aligerarme de melancolías. Ya hablaré un día de ella; creo que en este blog no la hemos catado aún.

jueves, 14 de mayo de 2015

Mr Hollande no va en bici...




En su lugar, se ha plantado en La Habana con 7 ministros de su gabinete y los presidentes, entre otras, de empresitas de poca monta como Hoteles Accor, Air France, Carrefour, y, si te descuidas, hasta con Alain Afflelou. Para apoyar el proceso de diálogo con Estados Unidos, dicen. ¡Ja!

Pero aquí, nuestro presidente se dedica a hacer el ridículo en bicicleta y con un traje de lo más in. Cuando queramos enterarnos de algo referido a Cuba, o lo hacemos en inglés o en francés. Ya nos han quitado el sitio. 


martes, 5 de mayo de 2015

"La grandeza de la vida", de Michael Kumpfmüller, en Ed. Tusquets. Trad. de Belén Santana.



El escritor alemán Michael Kumpfmüller, de quien hasta ahora no conocía nada, ha escrito una destacable novela que relata los últimos meses de vida de Franz Kafka. 

Un empeño memorable, ya que la buena parte de la documentación epistolar de esa época ha desaparecido (en concreto, toda la correspondencia mantenida con Dora Diamant, su última compañera y gran amor hasta su muerte, que fue requisada por la Gestapo) y los familiares directos del escritor, como bien se sabe, fueron asesinados por los nazis en Chelmno y Auschwitz.

El escritor trabaja en tono menor, con aparente humildad, como si no quisiera espantar los momentos. Desgrana los instantes en fragmentos breves que, siempre en orden cronológico, van creando el universo de una relación que fue todo lo apasionada que dejaban las circunstancias y también la notación minuciosa del período final de la tuberculosis que acabó con Franz Kafka en junio de 1924. 

Crea un pavor íntimo, sosegado, una calidez inusual que, a despecho de las tremendas circunstancias vitales y políticas de esos años en el Berlín de la República de Weimar, consigue una sensación de hogar, de vida común, de proyecto de futuro imposible. 

Nada es llevado al extremo del patetismo o la grandilocuencia. Menos aún, de la sensibilería en que fácilmente podría haberse refugiado. La prosa es delicada y, sin embargo, firme: no deja de nombrar directamente cuanto sucede, los recovecos de la mente de un escritor que apenas se deja ver sino como persona, como enfermo, como amante. Predomina lo cotidiano. 

El punto de vista es cambiante. Tan pronto aparece el narrador como se introduce en la mente de Kafka o de Dora y, sin grandes violencias, deja que permeen sus inquietudes. Estas casi solo tienen que ver con la oposición familiar (de ambos) a esa relación condenada de antemano, o con las miserias económicas y cambios sucesivos de domicilio y de sanatorios que se suceden en esos escasos meses de vida en común. 




Me da la impresión de que cualquier cosa que diga no va a dar una idea correcta de esa estupenda novela. Michael Kumpfmüller es un excelente escritor. Sostenido, conciso, incluso ameno hasta donde es posible con un tema tan poco propicio a jolgorios. Su conocimiento de la técnica lo ejerce con mesura, sin dar lugar a que la narración baje de nivel o se estanque en circunloquios o necedades, peligro evidente que sortea con eficacia. 

Se hace imprescindible leer "La grandeza de la vida", y leerla con calma. 

sábado, 25 de abril de 2015

Tubérculos.



Hay tubérculos de verdad que siguen escondidos bajo capas. Capas de tiempo, de postura, de formación. Capas y capas que se amontonan en forma de piel mental y nos recubren sin que prestemos ninguna atención a lo que palpita bajo tanta presencia. 

Algunos cineastas, también los escritores (muchos de ellos, franceses y de clase media) se esmeran en repelarlas, descubriendo lo que hemos de considerar tristemente cierto, verídico. No estoy tan seguro. Muchos procesos de desvelamiento, y en esto me remito a Heidegger, generan algo que a su vez enmascara y deforma, adecuando lo mostrado a lo que se deseaba conocer, así como a quien rebusca. 

Hoy, en el Matadero y luego en el Mercado de San Fernando, en la calle Embajadores, he sentido que no era mi lugar. Y es que el esplendor alternativo de Lavapiés, entre otros lugares del mismo pelaje, se me antoja como volver a los setenta y primeros ochenta. Mismas actitudes, mismas posturas, caras equivalentes. Si hasta la forma de vestir parece un aggiornamento de la progresía más petarda de la transición. 

Hoy he estado en contacto directo con estratos de mi memoria que creía asumidos. No lo están. No me acabo de llevar bien con esas actitudes condescendientes con su propia precariedad intelectual. 

No nos subamos a la parra: tampoco soporto la mía. ¿Tantos años pasados y aún no soy capaz de relativizar la estupidez? ¿Aún me afecta no poder aguantar a aquellos con quienes debería ser afín? 

La evidencia me muestra que no los tolero, pero de una manera mansa, sin la visceralidad que provocan los del extremo opuesto de la tabla: aquellos que también viven del mismo modo que sus padres, incluso que sus abuelos, de quienes parecen haber heredado los caracolillos y el jersey al hombro. 

Creo que ambos grupos comparten una cosa: en Embajadores también sonaban sevillanas, y otros días las he visto bailar. 


lunes, 13 de abril de 2015

Cervantes, "Los trabajos de Persiles y Sigismunda", Parte I, capítulo 22.




"Una de las islas que están junto a la de Ibernia me dio el cielo por patria; es tan grande que toma nombre de reino, el cual no se hereda ni viene por sucesión de padre a hijo; sus moradores le eligen a su beneplácito, procurando siempre que sea el más virtuoso y mejor hombre que en él se hallara; y sin intervenir de por medio ruegos o negociaciones, y sin que los soliciten promesas ni dádiva, de común consentimiento de todos sale el rey, y toma el cetro absoluto del mando, el cual le dura mientras le dura la vida o mientras no se empeora en ella. Y con esto, los que no son reyes, procuran ser virtuosos para serlo, y los que los son pugnan serlo más, para no dejar de ser reyes. Con esto se cortan las alas a la ambición, se atierra la codicia, y aunque la hipocresía suele andar lista, a largo andar se le cae la máscara y queda sin el alcanzado premio; con esto los pueblos viven quietos, campea la justicia y resplandece la misericordia, despáchanse con brevedad los memoriales de los pobres, y los que dan los ricos no por serlo son mejor despachados; no agobian la vara de la justicia las dádivas, ni la carne y sangre de los parentescos; todas las negociaciones guardan sus puntos y andan en sus quicios, finalmente reino es donde se vive sin temor de los insolentes y donde cada uno goza lo que es suyo". 

En fin... 

viernes, 10 de abril de 2015

Ambientillo.


Hay ambiente de novedades entre el público; al menos, en Madrid, que es donde me muevo casi en exclusiva en estos últimos meses. 



Por lo pronto, gentes que solían callar como estatuas de bronce ahora se destapan y no solo admiten lo de "hace falta cambiar a estos", sino que incluso avanzan con timidez o de forma bien resuelta los nombres que les hacen más gracia. 

Que si Podemos, que si Ciudadanos, y eso que ambos deben demostrar que no son lo que muchos sospechamos que sí, desde luego que sí son... Cualquiera parece bueno con tal que no suene a lo de los últimos años. 
Se desprende la naftalina y surgen figuras de prestigio no asociadas con la profesión política: Gabilondo, Carmena, García Montero o Carmona. Lo dicho: cualquiera menos los que ya conocemos cómo nos han tratado hasta el momento. 

Pero también están Aguirre y la Cifuentes, y ahí se me revuelven las tripas, porque intuyo que la caverna no va a dejar de encumbrarlas otra vez adonde no se merecen.

En efecto: no creo que en ningún país europeo tuviera una impresentable como Esperanza Aguirre, rodeada de corruptos, responsable, por tanto, de la corrupción que ha permitido y/o amparado, la menor posibilidad de presentarse a la alcaldía de la capital. Vergonzoso. A ver si dentro de mes y medio se dan un buen batacazo y nos libramos de esa bruja de una vez. ¡Qué ganas tengo!




lunes, 30 de marzo de 2015

Escribo...



A pesar de la experiencia, nadie más que el obseso sabe lo mucho que cuesta volver a su obsesión. 

A veces, uno se escuda en la falta de preparación: tengo que documentar esta minucia, no acabo de ver lo que sucede en esa escena, a tal personaje no lo he llegado a entender...

Pamemas. Miedo a comenzar. Falta de ganas de decidir cuál de los proyectos va a entronizarse definitivamente como El Proyecto. Desde ese punto, va a absorber todas las energías, imantando la realidad hasta que parezca que no deja de mandar mensajes inequívocos, que se camufla con frases ya pensadas. 

En definitiva, es pereza por dejar de una vez el estadio más delicioso de la creación, cuando todo está en notitas dispersas, líneas argumentales aún reemplazables, en fragmentos felicísimos que solo archivo en mi cabeza y no han llegado a establecer relaciones firmes entre sí. 

Es que lo más placentero siempre ha sido pensar. La redacción es simple oficio, y más propio de escribanos. 

Aunque también tiene sus arduas bellezas. Otro día las comentamos.


viernes, 20 de marzo de 2015

Otro "despiste" de Esperanza Aguirre



Lo que pasa en este país ya no es siquiera vergonzoso: alcanza otro nivel desasosegante y descarnado que nos enfrenta con la realidad y lo que somos. El espejo de nuestra vida pública se empeña día tras día en reflejar con brutal sinceridad lo que en otro país parecería una pesadilla intolerable. 

Y, sin embargo, se soporta con la naturalidad desinhibida del maleante, del timador, del profesional del escarnio y la insidia. Es que ya no se puede uno asombrar de nada, pero que persona tan analfabeta, zafia, caradura y tramposa como Esperanza Aguirre sea candidata nada menos que a la alcaldía de la capital de España es de no creérselo. 

Ahora, para colmo, su "mano derecha", una tal Gallego, está imputada por unas cosillas de la trama "Púnica". Casi nada. Primero fue Granados; luego, Ignacio González; más aún, buena parte de los alcaldes y bastantes concejales del PP de la Comunidad están metidos en el fango de la "Gürtel". ¿Acaso alguien puede pensar todavía que la bruja esta no tenía nada que ver? 

Porque, aunque fuera tan profundamente imbécil como para no haberse dado cuenta de nada, cosa del todo imposible, sería igual de responsable. Política y penalmente. ¿O es que les va a salir todo de rositas a esta gentuza del PP? ¿Basta con negar todo sin argumentos o simplemente callar, como hace Rajoy, para que todo pase y los tontos de costumbre sigan absolviéndolos en las urnas?

Ya está bien, hombre, ya está bien. 

jueves, 26 de febrero de 2015

Acémilas.


Lo mejor de los intolerantes es que no se esfuerzan por parecer otra cosa. De ahí que sea tan imperdonable el error de considerarlos personas, tal que si tuvieran dignidad o simple raciocinio. No, son deficientes en todo y uno no puede sentarse con ellos en la misma mesa, porque enseguida la vuelcan para demostrar la estirpe de alimañas que se ufanan de ser. La mejor negociación, la única que entienden, es un tiro en la cabeza. Y luego, hablamos. 

Vean su última hazaña:




No sé por qué me cabrea tanto el alarde de burricie de estas acémilas con mazos y taladradora cuando los he visto en otros vídeos salvajes asesinar a sus rehenes. Sin embargo, esta vez me han tocado otra fibra. Ese odio visceral al más básico elemento que nos hace seres civilizados es quizás la lacra que nos mantiene en el fango donde estamos. Y, lo lamento, esto tampoco me resulta tolerable. No desde Auschwitz.

miércoles, 25 de febrero de 2015

Gustav Leonhardt, Bach, "Variaciones Goldberg", vida...


No voy a privar de méritos a tantos que las han bordado, incluso a los menos ortodoxos, incluyendo a un admiradísimo (y con motivos de sobra) Glenn Gould entre ellos. Pero siempre he preferido la versión de Leonhardt. 



Lo vi en Madrid en 2011, pocos meses antes de su muerte. Recuerdo que salí de ese concierto totalmente convencido de haber asistido a algo memorable. Y eso que a priori se me antojaba más bien plomo, porque el clave a palo seco no es como para emocionarse. O eso pensaba.  

Sin embargo, hubo quien lloró escuchando a ese anciano magistral con su mano izquierda enguantada en negro que se sumergía en la música, en la época, en la mente del músico y la exponía ante todos con la mayor perfección. Por momentos parecía que estaba interpretando con instrumentos diferentes, tan variada era la ejecución, acorde con el período o las características de la pieza. 

Hoy lo reivindico con afecto y dedico esta entrada a su memoria. 

sábado, 14 de febrero de 2015

Palabras no pronunciadas.


Hace unos cuantos años me concedieron mi primer premio de poesía. Meses más tarde, los ganadores fuimos citados en un edificio oficial para hacernos entrega de los diplomas acreditativos. Todos llevábamos preparada nuestra alocución. Por circunstancias que no merece la pena mentar, los organizadores no permitieron que pronunciáramos ni una palabra. Ayer, ordenando papeles añejos, encontré las mías, algo insolentes y muy meditadas para la ocasión. Copio algunas de sus frases, pues me han resultado más cercanas de lo que esperaba:

La eficacia de la poesía no es la del ensayo filosófico, por más que pueda aportar hallazgos ante los que este retrocede (...) No encuentro interés alguno en disertar por medio de tiradas de infinitos versos libres. Lo más que producen es un leve dolor de cabeza y el deseo de cerrar el ladrillo versificante en que hemos entrado sin fortuna.

                                                 (...)

Las intuiciones del poeta son tanto más valiosas cuanto él mismo sea incapaz de explicarlas. En efecto, el poema no se amolda sin fracturas a la disciplina de la prosa. La lógica del sueño poético, suponiendo que exista, cobra importancia cuando sugiere, avanza, sospecha, no cuando certifica sin recelos. Por ello, no podemos leer un poema para hallar la fórmula del movimiento uniformemente acelerado, lo mismo que no es lícito exigir de un manual de mecánica reveladoras impresiones sobre el primer amor.

                                                 (...)

Para mí, la poesía es una disposición de la mente a la que en escasas ocasiones nos es dado acceder. No por excelsa y apartada, sino por su esencia telúrica y por ese enraizamiento en lo inicial al que estamos habitualmente ciegos y sordos. Cualquier tema le es propio, aunque no cualquier tratamiento. En esto soy riguroso: no toda ocurrencia donosa puede ser poesía.

                                                 (...)

La importancia, más que en el tema elegido, radica en cómo se aborda, en qué se desprende tras la lectura de unos versos briosos que, en definitiva, tienden siempre a plantear: ¿no habrá una alternativa a lo existente, un jirón de lo cotidiano que se entreabre al final de un poema, un cauce de sucesos insospechados que fluye desde siempre en nuestro olvido a la espera de que decidamos surcarlo con otras naves? ¿Acaso hay otra poesía?


sábado, 7 de febrero de 2015

Jimi Hendrix, "Along the watchtower", cómo no.

No tengo intención de justificar mi elección, ya que es una de mis canciones favoritas desde hace décadas. Creo haberla colgado ya anteriormente, pero da lo mismo. 

Ese solo de guitarra es un monumento de fuerza e inspiración. Bien podía haber cabalgado a lomos de helicópteros en "Apocalyse now"... 

Indispensable. 

viernes, 6 de febrero de 2015

Derrota.



El largo atardecer que lleva un rato dorando las fachadas de las casas tiene sus ventajas. Permite contrastar tonalidades del azul con las barrigas de esas nubes silenciosas que van perdiendo día mientras desaparecen por el este. 

Siempre me atonta un poco contemplar el abandono en que la luz se desvanece muy poco a poco. Como si la vergüenza de haber perdido esta batalla otra vez más solo pudiera sobrellevarla por impulsos nimios, levísimas coloraciones que van variando al mismo ritmo que escribo estos apuntes un pelín consabidos, casi sin pensar. 

Ahora mismo ya hay una grisura mayor que se ha impuesto al color. Sin embargo, cualquiera diría que aparece desde la misma entraña de los objetos y se desparrama con timidez, casi no deseando estar presente, con una imposición sibilina que coge desprevenido al espectador. Cuando quiere darse cuenta, ya es la noche. 

Pronto se encenderán las luminarias para engañarnos con relieves falsos, sombras equívocas, decorados de oropel. Pero sabemos que falta una eternidad para que el proceso se repita, aunque esta vez en un enloquecedor sentido inverso que exige ojos nuevos, otra voz para apreciarlo como es. 

Bienvenidos a la oscuridad. 

jueves, 5 de febrero de 2015

Casualmente


Pues estaba leyendo "Los jóvenes bárbaros", de Mircea Eliade, y en su página 265 me topo con esta conversación entre varios jóvenes intelectuales en la Rumanía de los primeros años 30.

"-¿Quién sabe de vuestros dramas y sufrimientos, eh? ¿Quién sabe de vuestras obras? ¿Diez, cien, mil personas?
                                        (...)
-Mi querido amigo -dijo con calma David-, a Goethe lo conoce mucha menos gente que a Ramón Novarro (...). Lo que dices es completamente absurdo. Es natural que tus millones de rumanos, o de ingleses o de rusos, no entiendan lo que hablamos y escribimos. Este no es un criterio válido para juzgar nuestras acciones o nuestros pensamientos. No importa si sólo nos entienden mil o cien hombres en lugar de un millón. Quiénes son esos hombres, eso es lo único que importa, ése es el único criterio para emitir un juicio de valor.

-Tanto peor para vosotros, los intelectuales. A mí no me importan el millar ni el centenar sino los millones. 

-Si la humanidad hubiese adoptado ese criterio desde el principio de la historia, no habría existido historia. No se habría descubierto nada, no se habría creado nada. La primacía colectiva pura sobre la élite significa la vuelta al reino animal. Idénticas leyes económicas y biológicas siguen una manada de toros y una sociedad humana.
                                      (...) 
-En otras palabras: desprecias al hombre que se ha quedado ligado a la tierra, desprecias a todo hombre que no sea capaz de entender a Eddington o de disfrutar con Picasso. 

-Nada de eso, no lo desprecio. Hace mucho que me conozco esa arma vuestra: la de considerar la inteligencia, la cultura y el talento como medios subversivos para menospreciar y oprimir a los demás. Pero esa es un arma ridícula. No traicionar nuestra misión, la misión del conocimiento y de la creación no significa que se desprecie a los hombres que hay a nuestro alrededor, a los hombres que se han quedado ligados a la tierra, como tú dices."




Lo copio por si tiene algo que ver con mi entrada del otro día ("Floración") y la intervención de ese argentino anónimo que creo que tomaba el rábano por las hojas. 

martes, 3 de febrero de 2015

Más sonidos.


Y también he estado escuchando a Jaroussky en "Niobe Regina di Tebe"...





Y el estratosférico y, sin embargo, delicadísimo "Alto Giove".


Under my thumb.

No sabía qué canción clásica de los Rolling me apetecía escuchar, ni si en directo o en su versión original. 

Al final, me he decidido: 

lunes, 2 de febrero de 2015

Floración


La estudiada decrepitud de las flores en el jarrón, en la mesa del comedor, congrega pensamientos igual de marchitos sobre cómo el dispendio magnifica un retorno paulatino a la materia inerte. Aquello que trajo apariencia de vida, belleza, placer, en suma, se desmorona por las horas cotidianas hasta volverse irreconocible. 

Los capullos se inclinan ante el peso de la decadencia, desgajan los pétalos ajados, corrompen el agua que los acogía. Pronto se secarán sobre el polvo acumulado en la madera, irán pudriendo tantas ambiciones que hasta llegar allí los habían sostenido en lozanía y empeño comercial. 

Es evidente que todo lo bello trae en su interior un hecho mortal. También, que el conflicto entre expectativas y devaluación nos resulta tan familiar como el sonido del despertador cada mañana, aunque no más placentero. Da la impresión de que sería mejor haberlas adquirido vivas, con la incertidumbre de su crianza y los períodos largos sin producción. O muertas y ya desecadas, hundidas en ese perfume a mortaja que avasalla en las floristerías elegantes.  

Pienso si acabar con la agonía y desterrarlas al fondo del cubo de basura. O, mejor, seguir unas horas más contemplando su caída desprovista de fuerza ninguna, polen sin sentimientos, hojarasca perdida para todo placer, y escribir unas cuantas tonterías como estas mientras repito para mis adentros que no es cierto, no hay ninguna relación, no tenemos nada que ver. 

domingo, 18 de enero de 2015

Mann, Goethe, todo lo demás.



Llevo días sintiendo la necesidad de resarcirme de esta temporada de abandono del blog y comentar la realidad. Pero estoy tan saturado de opiniones como todo aquel que encienda la radio o la televisión, así que voy a prescindir de dar mi punto de vista. Al menos, sobre la situación política de este patio de Monipodio nacional y los tremendos sucesos de Francia, asuntos que me tiran de la lengua más de lo que quisiera. Para charletas de bar y otras evidencias siempre hay tiempo en el "Picapiedra" a la hora del café.

Esta semana he estado leyendo "Carlota en Weimar", de Thomas Mann. Me la regalaron hace la tira de años, pero por un motivo u otro no la había conseguido terminar. A pesar de cierta dureza de estilo, característica de Mann cuando se ponía excelente, es una estupenda, magnífica novela. 



Narra la visita que Carlotta Buff, la famosa Lotte, ya viuda y sesentona, hace a un anciano Goethe cuarenta años después de la relación que llevó a este a escribir su "Werther". 

Pues bien: cuenta Thomas Mann que, apenas se acaba de registrar la protagonista en el hotel, una multitud de personas de toda edad y condición social se arremolina a las puertas deseando contemplarla, hablarle, tocar acaso a la figura real, la vera effigies que fue modelo para el personaje de la novela que cambió la mentalidad y la literatura de su tiempo. ¡Todavía en vida del autor y de su antigua amada! ¡Acojonante!

Está claro que el autor deseaba (en 1939) contrastar la altura intelectual del primer romanticismo con el salvajismo nazi que le había hecho exiliarse de su país y su versión del episodio histórico la tomó con muchas libertades. Pero, con todo, el contraste con la época actual, salvando las inevitables distancias, es apabullante. 

No me imagino a nadie esperando conocer a quien pudiera ser modelo de, pongamos, cualquier personaje de Eduardo Mendoza o Juan Marsé. Y, si hubiera interés, calculo que sería por ver al Pijoaparte rebuznando como tronista en alguno de esos programas de sobremesa. O a Teresa enseñando las tetas en Interviú. 



No, no me parece que la sociedad del momento se desviva por nada relacionado con la cultura. De hecho, esta se va convirtiendo cada vez más en refugio de una minoría. No recuerdo haber tenido una conversación sobre nada interesante en este ámbito desde hace años (salvo con los habituales). Tampoco la he escuchado en boca ajena. Ni la música es capaz de suscitar las emociones que a nosotros, adolescentes de provincias, nos arrastraban a principios de los años ochenta. Parece que los intereses colectivos se han desplazado. Lo que no encuentro es dónde residen ahora, salvo en la inmundicia intelectual del chascarrillo, el morbo, lo cutre y la zafiedad más anodina. 


Seguiremos leyendo a Mann, y que la turris eburnea se mantenga en pie un tiempo más. "Après nous, le déluge".


martes, 13 de enero de 2015

Biblioteca privada.




Uno tiene la voluntad, pero se entremezcla el destino, qué quieren que les diga. Por circunstancias que son más propias de este último que de quien suscribe, he podido reflexionar sobre lo que uno tiene, lo que va acumulando con los años y lo que sobra. 

Decididamente, sobran demasiadas cosas que se adhieren a los recovecos y lastran cualquier movimiento. Nuestra tendencia a almacenar necedades, y no solo hablo figuradamente, debe ser recortada de vez en cuando con un buen cubo de desperdicios. El contenedor de debajo de casa ejerce una imprescindible función purificadora. 

Estos días he encontrado un breve compendio de las facetas que me componen. Lo que no he conseguido, lo que sí logré y ha pasado como una sombra, sin dejar recuerdo o con visiones amargas. Lo que estuvo un tiempo en mí y era imprescindible, quién recuerda ahora aquellas obsesiones, tanta pasión. 

Datos imprescindibles que he olvidado con justicia, empresas abortadas en su inicio, nombres que no me sugieren nada en concreto por más que los invoco. ¿Hasta qué punto uno es el mismo que vivió? Hace solo diez años, o poco más, ni siquiera sospechaba lo que ahora es rutina. 

Ordeno documentos, libros abandonados  a medio leer, objetos que formaban parte de un orden adormecido en la memoria. Hubo discos que formaron un universo y ahora apenas me sonríen desde sus portadas mientras les quito el polvo con desgana. Otras veces, me reencuentro con pasajes decisivos y reconozco sus pliegues, pero de un modo bien diferente, como si se hubieran usado en demasiadas ocasiones y no conservasen la pátina, dejando de ser esenciales. 

Me temo que soy un desagradecido.