lunes, 31 de mayo de 2010



Leyendo una entrada de un blog ultramarino lo he recordado: hay un personaje de mi primera novela publicada ("No es suficiente", Ópera Prima, Madrid, 2000) que se dedica a observar minuciosamente las nubes. El detalle es autobiográfico, como tantos de aquélla. Yo mismo lo hacía en formación mientras me tenían retenido dentro del C.I.R. de Palma de Mallorca, hace ahora 26 años. Desde entonces no he vuelto por ahí, pero seguro que el paraje está irreconocible. No así el cielo. Espero. 

Entonces no había otra opción para escapar del tedio y la presión psicológica. No sé cuál era más insufrible. Luego descubrí que la tensión, o el miedo, podían lograr una zapa más devastadora.

Me molestaba el sinsentido de las guardias, esas horas timadas al sueño o al sentido común, ese ridículo estar sin hacer, sin ser permitido, sin ser.

En cierto modo, el trabajo en que dormito tiene que ver con esa sujeción tan lejana. Me han hecho creer que es por un motivo. O que debería gustarme mucho. O que es parte consustancial de mi existencia.

No entiendo nada de eso. En todo caso, salgo a la calle, levanto la cabeza y me dispongo a escrutar. Hay tanta calma en lo que no es alcanzable...

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