lunes, 19 de julio de 2010

Cuentos con poco que contar



No hace falta decir que cualquier tema es válido para ser contado. Incluso puede afirmarse que cualquier historia, la mínima anécdota, son territorio del cuento (o de narraciones más amplias) por poca chicha que aparentemente tengan que contar. Se me ocurre el caso magistral de "Dublineses", de J. Joyce, aunque los ejemplos son innúmeros. Todo depende de cómo se haga. De la capacidad técnica y de la intención (y del gusto, las buenas lecturas, la sensibilidad, la cultura personal...)

Hace algunos meses critiqué la novela del argentino Patricio Pron "El comienzo de la primavera" (entrada de 30/4/2009). No fui demasiado benévolo, a pesar de que es escritor de los que se llaman "de raza". Me pareció que su tema era insulso y los alardes técnicos buscaban epatar al paleto literario. No me gustó, en definitiva.

Pero uno, ya lo saben mis contados lectores, es tonto de repetición. Y acabo de leer su libro de cuentos "El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan". Excelente título, desde luego, que se corresponde con uno de los cuentos más salvables del volumen. Buena parte del resto son intentos fallidos.

No niego que está mejor escrito que la novela ganadora del Premio Primavera, con mejor prosa y más adecuación de recursos técnicos al asunto tratado. Incluso hay una primera historia, titulada "Las ideas", más que notable. El problema en este caso es una tendencia literaria que estoy detectando en los últimos tiempos a escribir historias que apenas son una anécdota, que no tienen tensión narrativa ni vuelo ni drama ni enjundia. Que son una sosada, para entendernos.

No sé si es influjo del Realismo Sucio, del posmodernismo norteamericano de los noventa, un nihilismo impostado o qué. Tampoco deseo perder tiempo en rastrear sus orígenes. El caso es que éste y otros escritores, normalmente jóvenes, parecen haber descubierto una fórmula comodísima para acabar un cuento: prolongan una situación mínima por el método de quebrarle el espinazo narrativo, impiden que se desarrolle, que cobre interés, a menudo lastrándola con infinidad de descripciones inanes o con un seguimiento notarial de las andanzas absurdas de los personajes (véanse "Es el realismo" o "El estatuto particular"). Y ya está.

Para que el intento tenga la eficacia pretendida hace falta el sentido del lirismo, el talento, la mesura y el mundo interior que sólo los grandes han mostrado. Todo lo demás está condenado a empalidecer ante los modelos e incluso a parecer desprovisto de fundamento (¿para qué tantas páginas absurdas?) que es lo que acabo pensando en más de una ocasión.

Dicho de otro modo: cualquiera tiene ideas tontas a patadas. Trabajo esencial del buen escritor es desechar un alto porcentaje de ellas y quedarse con la veta de interés. Una de cada cien. Por mucho oficio y cualidades que añadamos a un tema insulso, insulso se queda. Hace falta saber seleccionar. Y no creer que los lectores se tragan cualquier cosa por la cara.

Patricio Pron es bastante joven y tiene talento para el oficio. Quizás le sobra ese prurito de imitar constantemente a los maestros. También es cierto que sólo el tiempo y la práctica corrigen este defecto. No obstante lo dicho anteriormente, "El mundo sin..." tiene media docena de cuentos de interés y, en general, está solventemente escrito. Para lo que nos traen las mesas de novedades, nada desdeñable.

No hay comentarios: