sábado, 6 de noviembre de 2010

Lecturas


Últimamente he leído "La danza piadosa", primera novela de Klaus Mann. A pesar de algunos prejuicios contra las óperas primas, superó brillantemente la prueba de la "apertura súbita" y no dudé en comprarla. 

La visión del talento literario precoz no siempre es agradable. A menudo tiende a resultar demasiado apasionada, íntima, desbordada por el esteticismo; cargante, en suma. Todos esos defectos podrían achacarse al joven Mann pero, no obstante, mi memoria retiene dos o tres escenas brutalmente descritas, muy a lo expresionista. Una de ellas, la pensión berlinesa infestada de chinches adonde llega el protagonista tras escapar de la casa paterna. Otra, en un hostal de medio pelo donde los personajes parecen animalillos que se desperezan y arrastran por el suelo en diversas actitudes. Y, sobre todo, la "fiesta Clo-clo-clo" con el todo París desmadrándose en adoración de un efebo infiel. Delirante. Inolvidable.



El resto, escrito tras la Gran Guerra, está lastrado por un lógico sinsentido generacional, un misticismo exaltado y diversas búsquedas intelectuales más bien descarriadas que prefiguran los horrores venideros. Demasiado para poder vernos identificados en estos momentos. O sí, quién sabe.

Vaya, no sé si me habrá entusiasmado la novela en su conjunto pero ya querría yo haber tenido la cuarta parte de su madurez cuando, allá por el 2000, publiqué "No es suficiente". Es que debo de ser un poco tardío. O tardo, quien sabe.

En parte me redime el saber que, si acaso envidio algo, es este tipo de obras y a estos autores. No a los tontolabas del momento.

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