martes, 24 de julio de 2012

El segundo de varios: "Última isla", de Lafcadio Hearn.





Este que ven aquí es L. Hearn, escritor de origen greco-irlandés afincado en norteamérica y autor de una novelita espléndida, sorprendente, titulada "Última isla". 


Lo curioso es que llegué a conocerlo gracias a mi afición por la literatura japonesa. Y es que, en los últimos años de su vida, Lafcadio se fue a vivir a Japón (estamos hablando del último tercio del siglo XIX), donde se casó y escribió diversos libros sobre las costumbres y mentalidad japonesas. 




Pues bien: la acción de "Última isla", editada por Errata Naturae, se sitúa cerca de Nueva Orleans. La última isla del título era, allá por 1856, una isala barrera en la costa de Luisiana y balneario de moda entre la burguesía de la ciudad. Una tremenda tempestad la barrió por completo, matando a cuantos turistas y aborígenes se encontró a su paso. 


Poco después, un pescador español que hace algún tiempo ha perdido a su hija y busca despojos de la tormenta encuentra viva a una niña, a quien llamará Chita. Al parecer, sus padres han muerto en el huracán. 

La historia no tiene demasiada enjundia, pues lo importante es el lugar, las gentes que lo habitan, las descripciones cautivadoras de la atmósfera criolla de esa zona del Golfo de Méjico. Su prosa tiene una intensidad casi musical. Hearn es capaz de describir como nadie las tonalidades de la luz, los sonidos incesantes del mar y la vegetación, los aromas de la brisa entre las islas. Y a eso se dedica con fruición en la primera parte del volumen. 


Cuando la historia adquiere densidad dramática, al final de la misma, nos topamos con un final brusco, dramático, inesperado, pero coherente y verosímil. Entonces entendemos qué quería decir con tanta descripción del carácter de la naturaleza y las gentes de las isla. Uno de los grandes aciertos de esta novelette que con el tiempo ha ido ganando densidad y pide una relectura sosegada. 


Muy recomendable para quienes no esperan encontrar la acción en un ir aquí y allá correteando de mal modo, sino en el remanso tangible de las cosas que suceden a su ritmo, sin sobresaltos, inexorablemente. 

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