martes, 28 de agosto de 2012

¡YA!




A pesar de que el cuerpo se rebelaba contra la evidencia, provocándome una migraña de campeonato que dura ya dos días y apenas he podido controlar con ayuda de la química, he de anunciar que acabo de escribir el último párrafo de "Los Días y la Noche". A las 13:01, para ser más exactos. 

Que nadie se engañe: esto no es ni mucho menos el final del trabajo ingente de escribir una novela. Solo que ya se ve el final del túnel y, sobre todo, ya puedo comenzar a leerla con otros ojos y a saber si lo que hay escrito se corresponde mucho o poco con lo que quería decir. Y, por eso mismo, comenzar a valorarla. 

Porque juro que es la primera vez que no sé qué demonios he creado. Es decir, sí que lo sé, y de sobra, (la arquitectura de una novela como LDyLN no se improvisa así como así: uno ha de ser consciente hasta del mínimo detalle) pero no soy capaz de calcular el efecto que tendrá en un hipotético lector. De hecho, espero con incertidumbre ver qué efecto me causa a mí, leída toda de corrido y con el modo de corregir activado. Calculo que agridulce, como siempre. 

Pero, en fin, ya está. Los meses venideros van a ser de trabajo intenso y bastante ingrato, pero imprescindible. Es ahora cuando el ego creador se enfrenta con la realidad y tiene que ceder a sus imponderables. Y recortar, cambiar, esperar, sopesar y volver a cambiar. Así es la vida. 

De todos modos, cuanto más escribo más aprecio a cuantos, buenos o malos creadores, son capaces de rellenar la pantalla del ordenador con textos que nadie más ha construido. 

¡Hay que ver lo que cuesta mantener las obsesiones!

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