sábado, 10 de noviembre de 2012

Sueños.




Tengo una cama articulada porque necesito que los sueños se aposenten en posturas más cómodas o puedan plegarse a voluntad. La mayor parte están tan alterados que no conviene dejar que fluctúen a su aire. Sin ayuda, reproducen nimiedades fuera de sentido, van vuelven  repetidamente con resultados cada vez más siniestros, reparan en las rendijas que quiero mantener al margen y siempre, siempre, se revelan como muy torpes consumadores de cualquier desastre. 

En cierto modo, son como el momento de desaire para el creador, ese en que se le desmarcan los actores de su obra y tiene que acudir a verlos correr en solitario, sorprendiendo con su feliz escapada a quienes los guiaban con nociones consabidas. 

Las pesadillas más recias se reblandecen en mis noches, de modo que no consigo hacerlas entrar en su cubículo de horrores. Persisten en esa visión esbafada(*), retrospectiva, levemente rancia, que ni aterra ni consuela. Lástima de mal soñador en que me he convertido. A ver si con esta cama nueva se avienen con su esencia original. 

Por lo menos, las apneas han desaparecido. Creo que este invierno conseguiré no ahogarme en mitad de la madrugada. Concilio mejor el sueño desde que me doblo por la mitad. Quizá tenga algo que ver con los sucesos que no dejan de llegar en la vigilia. Tendremos que pensar que, en estos tiempos medio aspros(**), mantener integridades ha pasado de mera entelequia a sucesión de cotufas en el golfo. 

Probablemente, el empeño de domeñar las excursiones nocturnas de mi conciencia por paisajes inquietantes puede tener su utilidad práctica. Hay que pensar en todo, con la que está cayendo (***).





(*) Para quien no sea aragonés, vale decir "descafeinada". 
(**)  "       "       "    "         "            "      "     "ásperos".
(***) Para mis lectores de allende los océanos, esta ha sido la frase estrella en España durante los últimos cinco años. Y lo que nos queda.

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