domingo, 16 de diciembre de 2012

Lisa Batiashvili.




Hoy tocaba matinée en el Auditorio. El programa no era muy interesante, pero no me podía perder a la violinista Georgiana Lisa Batiashvili; en este caso, tocando el Concierto para violín y orquesta en re mayor, opus 35, de Chaikovski. No es que el nacionalismo musical me vuelva loco, pero ese concierto tiene una fuerza poco común. 

Mucho mejor que la Suite nº. 4, "Mozartiana", un pestiño romanticón del que solo se salvan (parcialmente) la Giga y el movimiento final. Por lo demás, la segunda parte del concierto anunciaba "Las campanas" (Kolokola) de Rachmaninov, con la Orquesta y Coro Nacionales de España al completo, dirigidos por J. Luis Cobos. 

He de decir que la orquesta y coro han estado a un gran nivel. Sobre todo, me ha parecido de perlas la interpretación de Rachmaninov, con un barítono, Alewey Tikhomirov, de voz poderosa y convincente. 

Pero la estrella era la Batiashvili. Y, de verdad, pienso que hay obras que deben "verse", no solo escucharse, en directo. Porque estar en primera fila y comprobar la textura de la música y el esfuerzo físico e intelectual que demanda para ser interpretada con la belleza, potencia y precisión que hemos oído esta mañana... Eso es otra cosa. 

Creo que el Stradivarius que toca Batiashvili está cedido por una fundación japonesa. Hoy sonaba como un trueno, como una pluma, como el mar. Excelso en los graves, estratosférico en el limite de los agudos, que la obra reclama en más de una ocasión. En fin, el colmo del virtuosismo. 

Pero no bastan, como decía hace nada de la Bartoli, grandes dotes técnicas para emocionar y convencer. Es preciso algo más: sensibilidad, inteligencia, pasión, y de todo eso tiene Lisa Batiashvili en abundancia. 

Hoy me ha levantado de la butaca, y no es fácil entusiasmarme con piezas que no me convencen demasiado. ¿Y saben cuánto costó la entrada? 

Trece euros. En el patio de butacas. 

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