sábado, 5 de enero de 2013

"Democracia", de Pablo Gutiérrez.





Pablo Gutiérrez (Huelva, 1978) ha obtenido un aluvión de críticas entusiastas con su tercera novela, "Democracia" (Seix Barral, 2012). 

Casi todas glosan el estilo arriesgado, su carácter innovador, la inteligencia y visceralidad original de cuanto nos ofrece en esta novela. Brillante, arriesgado, novedoso, diestro, brutal... De todo he tenido que leer al respecto con los ojos abiertos de par en par y la boca hecha aguas. 

Y yo, que soy crédulo hasta el abuso, quería darles el crédito que tan desinteresadas voces me merecen, pero es que no puedo. No puedo. Tengo muy arraigado el vicio de comprobar las maravillas antes de comprarlas al detall. No sea que luego me salgan habitadas por gusano. 

Pues bien: acabo de leer la novela y tengo la sensación de haber asistido a otro de los (demasiado frecuentes) timos que nos proponen cada temporada. En el panorama de las novedades patrias, nada halagüeño, uno se acostumbra tristemente a prever la castaña disfrazada de "lo mejor desde".

Y no quiero decir que "Democracia" sea un desastre. Hay valores innegables en el desparrame de estupideces, citas que el lector no se merece, fragmentos de auténtica narración, de esa de ley que de vez en cuando asoma, medio ahogada entre basurilla con apariencia de modernidad. 

La técnica es de manual (pos)moderno, más vieja que el mundo y nada estimulante. Si acaso, logra despistar un pelín cuando, como sucede con frecuencia, uno pierde la atención sobre lo que acontece bajo su mirada. ¡Ah, sí, que ahora habla de otro personaje! ¿Cómo se llamaba?  Y da lo mismo, pues están escasamente perfilados salvo como estereotipos, monigotes que se mueven sin más lógica que la voluntad de un narrador superomnisciente y más bien petardo.  

Hay escenas descacharrantes, como la persecución de Marco, el protagonista, a su antiguo jefe, un tal Talo, que monta una Lambretta.  O las últimas páginas, que dan la impresioón de haber sido inventadas sobre la marcha para ver si así conseguía acabar la historia, y tal. 

En fin, uno no logra creerse nada de nada. Ni lo "verosímil" ni lo estrafalario. Ni acaba de ver muy bien a qué viene el rollo metafórico-catequésico de Soros y toda la letanía económica que también aparece por ahí. 


Es decir, que no me ha interesado nada de lo que tanto alaban los gacetilleros. Ni siquiera me parece que el argumento ni el estilo estén bien articulados, o que "Democracia" tenga algo que ofrecer a un lector no colonizado por las últimas gilipolleces. Las que dan de comulgar a esos cuatro escritores nacionales que todos conocemos y de los que ya he hablado por extenso en este blog. 

Pero vamos a dejarnos de tontolabas. Creo que Pablo Gutiérrez tiene buenas dotes como narrador. No sé si lo de crear estructuras novelescas es lo suyo, pero debería dejarse de explotar solo fuegos de artificio. No creo que, a la vista de tantos elogios, resista la tentación. Es más fácil tocar temas de actualidad, sea como sea, aunque la historia no se sostenga salvo como tebeo (malo). 

Las peripecias de Marco, tal como las concibe el autor, deberían ser divertidas, estimulantes, servir de motivo de meditación. Y no lo son casi nunca. 

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