viernes, 30 de mayo de 2014

"El puente de Vauxhall", de Javier Sebastián.




Malo cuando tengo que andar buscando excusas para que las cosas cuadren con lo que siempre he pensado de ellas. Y no es la primera vez que me sucede con las novelas de Javier Sebastián. 

Suelo comentar que lo considero un buen narrador, con recursos técnicos y buena prosa. Sin embargo, cuando acabo de leer sus relatos no consigo sentirme satisfecho. Quiero decir: no me gustan. Bueno, tampoco es eso. No me acaban de convencer, sería más apropiado. En realidad, es que no sé qué hace este hombre, no veo qué pretende jibarizando de ese modo sus valiosas capacidades. 

Creo que es una cuestión estética, más que propiamente literaria. Otra vez no me estoy explicando bien: es como si decidiese a toda costa tomar una postura sobria, estoica, despegada e incluso displicente ante el hecho de narrar. Y que lo hiciese malgré lui, contraviniendo sus instintos e incluso sus dotes. He de decir que, lamentablemente, no le sienta nada bien.  



Cierto es que no da facilidades al lector, a mi modo de ver sin ningún contrapeso de sustancia narrativa que compense la relativa dificultad de centrarse en la lectura de unos cuantos fragmentos. Pero, superados los primeros despistes, la nula caracterización de los personajes, a menudo poco más que un nombre reiterado y los escenarios más bien parcos, que no dejan demasiada carne para la imaginación del lector, uno puede seguir la trama sin complicaciones. 

El caso es que, a menudo no apetece. Hace falta una cierta disciplina para terminarse algunos de sus libros. En este último, sin ir más lejos, el asunto de la muerte de Lady Diana Spencer en un túnel de París y una supuesta trama que, incomprensiblemente, urde su asesinato y el de una adolescente con quien se había relacionado, me importan un bledo. Ni me parece una historia atractiva ni Sebastián la hace más interesante. Todo lo contrario. Estoy todo el tiempo esperando ver si de pronto alguien hace o dice algo. Y, si mi memoria despistada no me engaña, esto solo sucede al final de la novela, en las últimas diez o quince páginas. Demasiado tarde. Me había desentendido mucho antes. 

No tienen sentido chuparse 225 páginas de minucias para seguir los devaneos de la memoria de una monja polaca, de su anónima interlocutora, que es quien narra la historia, y de los Lassange, Dolado y demás absurdos que aportan lacónicas minucias sobre los últimos días de vida de esa pavisosa de Lady Di. 



Me he aburrido con esta novela, y es una pena. Javier Sebastián es un buen narrador, aunque me cueste demostrarlo. 

1 comentario:

Unknown dijo...

Y eso que tiene una portada muy interesante... Pero parece complicadilla de leer. De todos modos, yo bien agusto que estoy con Las mil y una noches, que ando igual de ansiosa que el monarca con las historias Schahrasad.
Un saludico y a ver como va el tiempo y ls cabeza este fin de semana.