miércoles, 3 de septiembre de 2014

Alguna reflexión...



No sé si eso era lo que estaba esperando, pero quizá no tuve la osadía de enfrentarme con todas las consecuencias, ofreciéndome de lleno, aceptando que era una invitación. No lo sabré nunca. Las mejores cosas de la vida sorprenden siempre, llegan inesperadas y sólo somos capaces de apreciarlas cuando han pasado brevemente por los labios, tan deprisa que no nos dio tiempo a paladearlas. 

Nos rozaron y sigueron su camino sin que fuéramos capaces de entender, ni siquiera años después, la importancia capital de ese momento escurridizo, esa excitación breve, ese detalle de apariencia inofensiva que tras la decantación del tiempo y la inteligencia cobra una dimensión gigantesca, capital en nuestras vidas. 

Desafortunadamente, no es posible volver. Sólo cabe girar la vista desde la ventana que se escapa y jurar que en la próxima ocasión seremos más intuitivos, esos seres osados y desprovistos de ataduras que nunca hemos llegado a explorar pero deben de anidar dentro de nosotros. Tienen que estar en algún lugar. 

En definitiva, más que la agonía del pasado imposible, estamos celebrando la muerte de nosotros mismos. 

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