martes, 2 de diciembre de 2014

Elogio del desastre.


Tenía la idea de escribir sobre el cambio, pero sin nada concreto en la cabeza. Sucede que últimamente estoy atravesando una de esas temporadas en que no hay tiempo para otra cosa que vivir, y a veces ni siquiera. Demasiada transformación que exige mano firme para que no se apodere de la realidad y la lleve en volandas. Definitivamente, falta el sosiego que siempre me ha gustado administrar con largueza y, por ello, todo lo demás se resiente. 


No obstante, temo que las mudanzas estén cogiendo a muchos con el paso cambiado. Recordaba el otro día, viendo una foto de la época de la primera movida, lo que ha cambiado la vida desde el año 80. Sobre todo, en el aspecto inmaterial. Esa ligereza impuesta por decreto, ese petardeo, esa ebullición, tanto derroche de vida y creatividad... Detesto aquella juventud tanto como la echo en falta ahora, en esta grisura torpe que parece alargarse para siempre. 

En realidad, supongo que el único paraíso es el pasado, y anidan demasiadas sierpes dispuestas a amargarnos la estampa ideal. Además, es inalcanzable. Todo se va descomponiendo, muchas veces para mejor. Deseo que estos últimos seis años pasen por la memoria como los peores de mi vida, aunque sé que no es cierto. 



Peor fue la segunda mitad de los setenta en aquella Zaragoza absurda, anodina, castrante. Vuelvo allí cada par de meses y todavía no logro quitarme ese viento gris de la cabeza. Está en la Feria de Muestras de todos los otoños, la Plaza del Pilar con sus guiñoles, que eran bucle de unas mismas burlas trasnochadas, año tras año. La tienda de Toldos Serrano, aquella tapia infinita al arrancar la carretera de Logroño, el Coso degradado y hostil, la nada más absoluta tarde tras tarde de paseos por el Parque. 



Ese vacío se enroscaba en la garganta y no dejaba pensar, escapar de allí. Creo que todavía me asoma a los ojos cuando no puedo escribir, cuando se me ocurren las ideas pedestres que llevan semanas rondando el caletre y no logro desecharlas. 

En serio, deseo que el cambio inminente arrase con ciertos brotes de antaño. Deben ser aniquilados de raíz. Han hecho demasiado daño.  

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