martes, 13 de enero de 2015

Biblioteca privada.




Uno tiene la voluntad, pero se entremezcla el destino, qué quieren que les diga. Por circunstancias que son más propias de este último que de quien suscribe, he podido reflexionar sobre lo que uno tiene, lo que va acumulando con los años y lo que sobra. 

Decididamente, sobran demasiadas cosas que se adhieren a los recovecos y lastran cualquier movimiento. Nuestra tendencia a almacenar necedades, y no solo hablo figuradamente, debe ser recortada de vez en cuando con un buen cubo de desperdicios. El contenedor de debajo de casa ejerce una imprescindible función purificadora. 

Estos días he encontrado un breve compendio de las facetas que me componen. Lo que no he conseguido, lo que sí logré y ha pasado como una sombra, sin dejar recuerdo o con visiones amargas. Lo que estuvo un tiempo en mí y era imprescindible, quién recuerda ahora aquellas obsesiones, tanta pasión. 

Datos imprescindibles que he olvidado con justicia, empresas abortadas en su inicio, nombres que no me sugieren nada en concreto por más que los invoco. ¿Hasta qué punto uno es el mismo que vivió? Hace solo diez años, o poco más, ni siquiera sospechaba lo que ahora es rutina. 

Ordeno documentos, libros abandonados  a medio leer, objetos que formaban parte de un orden adormecido en la memoria. Hubo discos que formaron un universo y ahora apenas me sonríen desde sus portadas mientras les quito el polvo con desgana. Otras veces, me reencuentro con pasajes decisivos y reconozco sus pliegues, pero de un modo bien diferente, como si se hubieran usado en demasiadas ocasiones y no conservasen la pátina, dejando de ser esenciales. 

Me temo que soy un desagradecido. 

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