lunes, 2 de febrero de 2015

Floración


La estudiada decrepitud de las flores en el jarrón, en la mesa del comedor, congrega pensamientos igual de marchitos sobre cómo el dispendio magnifica un retorno paulatino a la materia inerte. Aquello que trajo apariencia de vida, belleza, placer, en suma, se desmorona por las horas cotidianas hasta volverse irreconocible. 

Los capullos se inclinan ante el peso de la decadencia, desgajan los pétalos ajados, corrompen el agua que los acogía. Pronto se secarán sobre el polvo acumulado en la madera, irán pudriendo tantas ambiciones que hasta llegar allí los habían sostenido en lozanía y empeño comercial. 

Es evidente que todo lo bello trae en su interior un hecho mortal. También, que el conflicto entre expectativas y devaluación nos resulta tan familiar como el sonido del despertador cada mañana, aunque no más placentero. Da la impresión de que sería mejor haberlas adquirido vivas, con la incertidumbre de su crianza y los períodos largos sin producción. O muertas y ya desecadas, hundidas en ese perfume a mortaja que avasalla en las floristerías elegantes.  

Pienso si acabar con la agonía y desterrarlas al fondo del cubo de basura. O, mejor, seguir unas horas más contemplando su caída desprovista de fuerza ninguna, polen sin sentimientos, hojarasca perdida para todo placer, y escribir unas cuantas tonterías como estas mientras repito para mis adentros que no es cierto, no hay ninguna relación, no tenemos nada que ver. 

No hay comentarios: