lunes, 27 de octubre de 2008

Cuestión de distancia (0)



Conociendo de cerca los males de la patria, que diría el clásico, más de una vez me he preguntado por qué las mismas actitudes despreciables se reproducen en cada generación.

Apenas crees que los viejos -y tremendamente longevos, porque son tan flojos intelectualmente como duros en lo vital- ya han desaparecido, cuando te enteras de que están llegando los nuevos alevines de mamarracho. Algo tiene que alimentar tanta fertilidad. No puede ser gratuita.

Buena parte de la culpa la tiene la escasa categoría cerebral de estos atletas de la maledicencia y el sobe de camisa, estos peones de la cuadrilla y las adhesiones inquebrantables, pero no se puede dejar de lado el asunto de la distancia.

Hojeaba hace un rato el blog de alguien conocido que pretendería escribir si en sueños aprendiera cómo se hace. Es una cosa insulsa, aunque no puedo negar que bastante variada y dolorosamente parecida a su autor, a quien pensé apreciar en su momento. De pronto, leyendo una más de sus consideraciones sobre la nada en que vive inmerso desde hace tantos años, he caído en otra causa más de tanta insidia, de tanto yermo intelectual: la falta de distancia.

En mi caso, la entendía como sensación de ahogo físico, palpable. De certezas aberrantes y carencia absoluta, de estar gritando en el vacío. Todavía me saluda al volver tras meses de ausencia favorable, pero la conozco bien y sé cómo darle la espalda. A veces se me insinúa por la red. Latet anguis in herba, como dice el latinajo. Paso el mal trago y que le den.

Cuando pude salir del lugar decidí que nunca más volvería. También, que ahí no tenía nada que hacer ni me dejarían tenerlo por más años que pasara a su lado. Dándonos de bruces, fingirían no conocerme. Y, por el momento, no me he equivocado. O será que yo no estoy donde me engendraron y detecto las lacras a distancia. Con lo que me valen dos ventajas: que no duelen tanto y que las comprendo mejor.

Por lo menos, produzco bien o mal, pero en un ambiente más fértil. No ya por lo bien abonado, pues mierda se encuentra en todas partes, sino por lo despejado de yedras y carbunco. Ni me acojo a la sombra de mindundis que acaban por agostar lo bueno que se tenga ni sufro el acoso de los envidiosos que se ceban hasta donde no parece que hay materia orgánica que depredar. Ellos la encuentran, sin duda.

¿Verdad, don Esquivo, cuando el otro día espiabas esa reunión que nadie pensaba ocultar? No sé cómo puede acecharse lo que está abierto al público, pero me gustó verte salir a hurtadillas. En tu línea.

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