viernes, 6 de noviembre de 2009

Opiniones concretas sobre el cotarro (II)




Siempre he intuido que cualquier propuesta renovadora debe partir de la herencia apabullante de al menos cuatro siglos de portentosa creatividad en narrativa y culebrear entre los prodigios de esa cueva del tesoro.

Rapiñemos las riquezas, usémoslas sin pudor en nuestro provecho, alteremos, rompamos y mezclemos cuanto nos plazca o tantas maravillas acabarán aplastándonos como a los enanitos que indudablemente somos.

También podemos (¿o debemos?) hacer lo mismo con los elementos de la realidad y de la cultura en que estamos inmersos. Desgarremos sus miembros y asemos los más jugosos en la fogata de nuestra creación. (¡Si es que me pongo estupendo!)

No creo que pueda haber nada "puro" en términos de creatividad. Ni en los otros. Puro era el comunismo, los nazis se explayaron en su búsqueda de la pureza, Pol Pot tenía en mente una radical purificación de Camboya cuando campó a sus anchas. Ya conocemos los resultados de tanta elevación a lo absoluto.

Hay que aceptar nuestro mundo como es: bastardo, mezclado, insensible, absurdo. Pero, a la vez, sorprendente, contradictorio, lleno de riquezas de toda índole que nos permiten elevarnos sobre el pretil de la tradición y crear coherentemente. Ahí está la juntura, el punto en que apoyar la palanca para que ceda el momento actual, tan obtuso.

Si nos quedamos en la superficie de las cosas no hay sino maniobras para conseguir un puesto cómodo y sestear con apariencia de estar muy ocupados. Todo es asumible en literatura, pero no de cualquier modo. La utilización de gran cantidad de figuras retóricas no hace buena literatura per se.

Lo mismo digo de la introducción de elementos diversos en una obra narrativa, por ejemplo. Al margen del proceso de selección que supone (y de estilización de los mismos, por supuesto) puede lograr una mayor implicación en la realidad, un cuestionamiento de actitudes, lo que se quiera. Todo es válido y lo ha sido siempre en el saco diverso de la novela. Pero no es válido de cualquier modo. Por más que se empeñe el converso a la nueva fe, hay obras buenas y malas, no obras adecuadas a tales planteamientos y otras que no lo son. La fidelidad a un programa no da garantías de calidad. Afortunadamente.

Jugando a copiar las, en ocasiones, aburridísimas tácticas de los posmodernos de allende los mares podremos lograr cosas resultonas, no digo que no. Alguien incluso se sentirá epatado. La cuestión es qué hacer una vez experimentadas tales "novedades" y con cuáles de esas técnicas nos quedamos. Porque no es cosa de seguir con el jueguecito transgresor toda la vida. ¿O sí?

Pienso que toda obra literaria tiene el cometido de aportar un sentido al mundo. O de tratar de cuestionarlo para que a partir de ahí se pueda reconstruir. Pero, indudablemente, ha de hacerse con los medios propios de la creación. Fabulando. Creando personajes, acciones, vida.


Hay que empezar a construir un tinglado que se aleje de los excesos anteriores, pero no para caer embobados en brazos de otras ortodoxias sino porque el momento exige una interpretación nueva. Es inevitable que así sea. La vuelta al siglo XIX o a hace treinta años, si se realiza de modo acrítico y, sobre todo, sin una fuerte dosis de distancia irónica, no me parece más que dar otra vuelta a la noria. Rutina sobre rutina.



(No se vayan todavía: aún hay más)

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