lunes, 22 de noviembre de 2010

Críticas



El halago y el insulto, formas de opinión, al cabo, comparten con la crítica una necesidad imperiosa: ser precisos.

Elogios como "estás guapa" o "me ha gustado mucho lo que escribiste" no significan nada. Más cuando son respuestas obligadas. Tampoco esas reseñas de suplementos culturales en que se dedican a dar jabón sin vergüenza ni criterio a todo lo que se presenta avalado por tal marca.

Tanto en el dicterio como al sobar la camisa hemos de ser más incisivos. Nadie se reconocerá en un "hijoputa" o un "gilipollas" pero sí cuando el que le malquiere ataca su punto débil. Y para eso hay que saber dónde herir.

La opinión crítica exige conocimiento. Éste sólo se logra tras la observación y el estudio del adversario, o del ser amado, tanto da. Y por ello, amén de pasión, puesto que al opinar no es preciso ser fríos analistas, debemos tener una pizca de inteligencia.

En mi práctica diaria descarto de inmediato los comentarios injustificados o las opiniones unilaterales, sean favorables o no. Si he de decir verdad, prefiero el silencio. Tanto tiempo en él me ha acostumbrado.

Sólo cuando alguien me espeta el "bueno, me ha gustado pero..." o bien "no es de mi estilo, ya lo sabes, aunque creo que...", entonces despliego las antenas.

Por eso echo tanto de menos una buena charla sobre lo que me importa sin bobalicones del "todo vale" ni pasmarotes egocéntricos sacando a relucir sus inquinas.  

No hay comentarios: