miércoles, 2 de marzo de 2011

Meeting Sandur (I)



Sandur es el personaje principal de mi próxima novela, "Los días y la noche". Ya hace unos años que la ideé. Sin embargo, ángeles (maléficos, pero eso no hace falta aclararlo: todos lo son) que no me explico a qué obedecen me han impedido acabar lo que anda desde entonces in medias res.

Sandur es un individuo peculiar, como todos mis protagonistas, y no me resisto a incluir en este blog alguna de sus perlas. Quizás de este modo consiga que comparezca de continuo. 

De todos modos, lo que aquí presento no será fragmentos de la novela, sino algunas notas que preceden a la creación. Pocas veces coinciden con lo escrito, aunque casi siempre lo prefiguran.

A Sandur le falta poco para morir, y lo sabe. Por ello, sus confesiones no deben nada a quienes puedan escucharlas una vez muerto. Esa es la condición.

Veamos un ejemplo:

—Hay una creencia bastante extendida en que lo natural es bueno. Un concepto humano que no llega a entender ni la menor brizna de naturaleza. Lo que es, es. Sin adjetivos. No hay categorías. Esos conceptos de bondad o malicia los colocamos nosotros con calzador, para que se adapten a nuestra conveniencia. Y créame que al mundo nunca le han hecho falta. ¿Podría usted decirme por qué una inundación, la erupción del Etna o una sequía prolongada son perversos? —continuó tras meditar unos instantes—. ¿Quién nos ha dado el derecho de calificar lo que no es obra nuestra con criterios, digamos, sociales?

O este otro, que no tiene desperdicio:

—... No se puede confundir el autor y sus obras, dice usted. ¿Y hay algo más que quede oculto a ojos del espectador? Si es así, ¿importa? ¿Alguien juzga al creador por lo que podría haber hecho o por lo que ha dejado de crear? Nunca —se respondió, rotundo—. Igual sucede con ese absurdo concepto de Dios. Los creyentes desean atribuirle artefactos espirituales más propios de la ciencia-ficción que de una teología seriamente considerada, como debería ser. Fantaciencia la llaman mis hijos, ahora recuerdo la palabreja. Aldo, por ejemplo, es muy aficionado a esas imaginaciones estériles. Sin embargo, los abstemios en creencia sólo podemos juzgar al autor — e hizo un gesto que abarcaba todo con el brazo libre de tubos — y, por qué no decirlo ya, denostarlo por sus acciones, su creación, sus efectos en el mundo visible. Éste es el único que podemos conocer, si me permite la reducción como hipótesis de trabajo. La conclusión es evidente. Yo, al menos, tengo formada una opinión al respecto. Y algún día usted la tendrá sobre mí, es decir, sobre mi obra, mi vida. ¿Va a juzgarme por lo que siento o por lo que hice, por los motivos que me llevaron a construir este territorio y que parecen importarle tanto o por qué ha sido de cuánto heredé? Recuerde la parábola de los talentos...



—Entiendo, por todo lo que dice, que se considera a sí mismo como un dios en su propiedad...


—¿Y quién no? De entre los que crean, puedo asegurar que no hay quien no domine la materia. Así que le debe un cierto vasallaje. Otra cosa es que el autor, como presuponen las mentes sencillas, haya de estar presente en cada instante de sus criaturas. Si es competente y cabal consigo mismo dejará que actúen a su modo. Nunca puede intervenir en el rumbo elegido una vez ha dejado que salgan de puerto. La expresión “si Dios quiere” se convierte en una estupidez, una rotunda estupidez propia de quien tiene miedo y aún no ha dejado de ser niño. Hay que crecer, querida, hay que romper con el padre. ¿Se imagina un monstruo capaz de generar esa abominación llamada Big Bang, de concentrar todos los elementos de la materia en un punto diminuto, absurdo, una densidad inconcebible, dedicándose luego a redimir por delegación no sé qué excrecencias de última hora o a persuadir a sus leyes universales de que beneficien a fulanito en el sorteo de la lotería o reproduzcan ex nihilo la pata perdida de un feligrés? ¡Hay que joderse con los creyentes! Ni la lógica más evidente es capaz de frenar sus imaginaciones.


Un tipo encantador, según se va viendo. Cuando sea mayor quiero parecerme a Sandur. Lo juro.

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