domingo, 20 de marzo de 2011

Para ser antipático y muy desagradable (en literatura)

Voy a ser impopular una vez más. Voy a defender ideas incorrectas.

Primero, en literatura, que conlleva menos riesgos de perder integridades anatómicas, si bien a la larga de una carrera modesta como la mía puede ser más perjudicial.

Alguna vez he hablado de mis fobias y creencias literarias. Una de las más acendradas es la certidumbre de que no cualquier tema es objeto de tratamiento artístico, al menos, en cualquier género. Y hablo no como lector, ya que podría tragarme cosas impropias por desconocimiento o perversión del buen juicio, sino como novelista y poeta. Ahí es más difícil el engaño.

En efecto, no vale todo. Los criterios de adecuación y decorum, por muy trillados que estén, son más necesarios que nunca en esta época de debilidad intelectual. Si da lo mismo culto que indocumentado y experto que advenedizo también se truecan los valores de bueno y putamerdoso, exquisito y del montón.

Cada día vemos a personajillos que opinan (verbo infausto) con total desfachatez a pesar de no saber nada sobre el asunto víctima de sus opiniones. Cualquiera con buen criterio valoraría sus excrecencias con el mismo rasero que el lodo de pocilga y los mandaría a producir más por esos oteros pero no, queridos niños. Hete aquí que se merecen todo el respeto (según se ve hay que respetar opiniones, no a las personas y su derecho a emitirlas). Por lo mismo, sus exabruptos valen lo que las personas que los eructaron.

Así que, volviendo al asunto, afirmo que no da lo mismo escribir sobre zapatos en un folleto publicitario que en cierta novela de alguien que fue bueno y por decisión propia se ha quedado en artesano resultón. Ni se puede atinar en alejandrinos(1) con lo que se expresa mejor en prosa. Todo lo lírica que se desee, pero prosa.


Por lo mismo, las ideas que a veces dan lugar a cuentos memorables no pueden aplicarse sin más a la complicación
y longitud de una novela. Así, vemos narraciones que se arrastran por interminables cientos de páginas y, si bien las consideramos, en cincuenta ya habrían terminado con lo (poco) que iban a decir.  


 Los límites de los géneros, siempre puestos a prueba, estoy convencido de que pueden dar más de sí, pero llegarán a un punto en que la cuerda se tensa demasiado, rompe y todo se cae. En literatura también hay ciertas imposibilidades. Básicamente, las que limitan con la falta de talento.



 

(1) Qué más quisiera que los poetas del momento abandonaran el tabulador, tecla que blanden como cizalla para cortar mala prosa y compusieran algún verso contrastable con el más lejano atisbo de lírica. Ahí sería yo todo mieles, pero no.

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