sábado, 2 de abril de 2011

La lógica de lo anormal



Casi habíamos acabado las compras y entramos en una cafetería de las que hay en esa calle inacabable entre montañas. Al rato, mi acompañante me señaló discretamente a alguien que estaba sentado en una de las mesas, solo, de espaldas a la pared. "¿No lo conoces?" "Qué va. ¿A ese pijo? Ni zorra". "Sí, hombre", insistió. "Míralo bien".

Yo, que soy torpe fisonomista, no lograba ubicar una cara achulada y no demasiado amable que parecía la del habitual señorito engreído. Al parecer, se trataba de Ignacio González, vicepresidente de la Comunidad Autónoma de Madrid. Pues qué bien, oyes.

"¿Y qué demonios hace ese tío aquí, sin escolta, tan lejos de su cortijo?", pregunté por seguir una conversación que no me interesaba demasiado. "Irá de incógnito, digo yo. Disimula: nos ha visto".


En efecto, parece que nuestros cuchicheos idiotas le habían llamado la atención. Nos miraba con intensidad, escudriñando sin el menor atisbo de disimulo las bolsas de compras, nuestras ropas poco estimulantes. Hubo un corto duelo de miradas. Al instante se levantó, pidió la cuenta y salió del bar a toda prisa.

Dio la casualidad de que nosotros también habíamos terminado y salimos segundos después, olvidados ya de la anécdota. Cogimos el camino de la izquerda, cuesta arriba, por donde casualmente había escapado nuestro preclaro, que ya nos debía de llevar unos metros de distancia.

De pronto, se gira, enfila hacia nosotros y, sin dejar de taladrarnos con la mirada, pasa a nuestro lado con tanta rapidez como le era posible. Recuerdo que iba muy perfumado. Desapareció.


Esto fue hace unos años. Meses más tarde se destapó el escándalo de los espías entre unos y otros pendejos del PP en la Comunidad de Madrid. Lo que nos había divertido tanto como ejemplo de la estupidez y la paranoia absurda de los cargos públicos empezó a tomar otro cariz. La situación no era menos chusca, porque confundirnos con agentes de la otra cuadrilla tenía su punto, pero hay que reconocerle que al menos se comportó con cierta lógica.

Claro que debo de estar en un error porque su jefa, la Aguirre, ha negado en todo momento que en su terruño se diesen tales prácticas. Será que en realidad no estábamos ahí o que no vimos lo que vimos. Será lo que sea porque ella siempre tiene razón. Y al diablo lo que digan los jueces. Y los testigos. Y la lógica más evidente.

Lo malo es que en todo funcionan del mismo modo.

1 comentario:

Euterpe dijo...

Saludos. Me ha hecho mucha ilusión encontrar su artículo sobre Raquel Andueza. Aquí les dejo mi blog musical, espero que les guste. Gracias.