lunes, 15 de agosto de 2011

Editaciones



Un autor norteamericano comentaba hace unos días que está encantado con el papel de los editores. 


Será en EE.UU., me imagino. Dudo mucho que la ralea con la que me he topado (o, peor, la que me ha negado dos minutos de su tiempo porque no podía perderlo con alguien sin nombre) despertara tal entusiasmo en el señor Tom Drury. 


Porque supongo que a él no le habrán propuesto fórmulas de autoedición, no le habrán hecho albergar esperanzas para luego desbaratarlas sin la menor explicación ni habrá caído en manos de editores que sólo buscaban sacar réditos de un premio literario sin poner un duro ni una gota de esfuerzo. 


Hablará del editor serio que guía, corrige, aconseja al escritor neófito y luego encauza su carrera sin criterios exclusivamente mercantilistas. Del que discute propuestas intelectuales y enfoques literarios tanto como pautas de promoción. De los que aconsejan podar la fronda en tal punto y profundizar en tal otro, no sólo aparecer en cualquier entrevista televisada.


Pero siempre, siempre, respetan el criterio final del autor, que es el que realmente se juega algo en el intento y el único que vale. 


Así, cualquiera. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

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