miércoles, 4 de abril de 2012

Últimos teatros







Otro de los placeres a los que de vez en cuando me dedico es el teatro. A pesar de ello, creo que apenas ha aparecido en este blog. Supongo que habrá asuntos más acuciantes que me llaman la atención para volcarlos sobre mis desdichados lectores. 


En fin: hace pocas semanas asistí en el antiguo Matadero de Madrid a la representación de "El montaplatos", de Harold Pinter, puesta en escena por El Animalario y representada por Alberto San Juán y Guillermo Toledo. 


Menos mal que en escena estaban estos dos bestias, que dieron un auténtico recital de pasión, capacidad, gusto, mesura y buen hacer porque, de lo contrario, habría sido un tostón considerable. 


Es que el texto de Pinter está mal estructurado. Y esto es algo que he tardado bastante en aceptar, por esos respetos absurdos que uno tiene al tótem cultural de sus años de carrera. La obra es tediosa al comienzo, anodina en su desarrollo y el clímax llega tras muchísima dilación, no se justifica en absoluto por la evolución de los personajes y, para terminar de fastidiarlo, parece forzado, grandilocuente. 


Ya digo que todo el peso recae en la soberbia interpretación de los dos actores. Ni siquiera los efectos luminosos y auditivos (el montacargas famoso y su tejemaneje de notas de pedido) logran dar algo de tensión a la trama, que se ve abocada a una conclusión falsa. Muy falsa. Además, creo que pretende marcar una línea de continuidad con el teatro del absurdo de, pongamos, un Samuel Beckett y le falta fuelle, recursos, tensión. 






Vaya, que no me gustó demasiado por culpa de la obra en sí, aunque la puesta en escena de Andrés Lima es eficaz, el lugar, de carácter industrial, se adapta de maravilla al tema y hubo lleno total de un público entregado (con famosos incluidos, ya que era la última representación). 


Ayer, sin embargo, estuve en el Teatro Pavón, sede de la Compañia Nacional de Teatro Clásico. Ponían "Farsas y églogas", de Lucas Fernández, escritor a caballo entre el siglo XV y XVI, coetáneo y rival de Juan del Encina, que trata temas pastoriles en estilo rústico, para que nos entendamos. 






Calificar la obra de primitiva, elemental y poco sofisticada sería lo mínimo. Daba la impresión de estar asistiendo a cualquier representación callejera en el tardomedievo, con tanta importancia del texto (en un lenguaje apenas comprensible, si no fuera por la excelente interpretación de la compañía Nao d'amores) como de la música, la mímica (que no acababa de caer en lo grosero, por muy explícita que se mostrase) o el muy agradable sentido del humor, que es la base de las obras. 






Estamos en los comienzos de la función teatral propiamente dicha, a kilómetros de distancia de la revolución de la Comedia Nueva de Lope. La trama es elemental, los temas, casi infantiles... Y, sin embargo, el modo de contarlo, la gracia de los personajes (la mayor parte, pastores reales que tienen muy poco que ver con los bucólicos garcilasianos) hacen que merezca la pena, y mucho, volver a los orígenes y pasarlo tan bien como sin duda lo pasaron los otros (pocos) asistentes de un martes lluvioso. 



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