domingo, 14 de julio de 2013

Bellísimas personas




Lo del encierro del sábado pasado en Pamplona fue de pasmo. Me refiero al montón informe de mozos aplastados que se formó a la entrada de la plaza de toros y a la suerte infinita, según dicen por ahí, de que no hubiera más heridos que los provocados por el mismo aplastamiento. 





Yo tengo la opinión de que todo fue cosa de los toros, magníficos ejemplares de la ganadería de Fuente Ymbro. Uno era un jabonero precioso de verdad que se cayó estrepitosamente a unos metros del follón, y ese detalle favoreció que el taponamiento de la salida no tuviera perores consecuencias, pues cortó el flujo de personas que llegaban en manada. 


Hasta entonces, el encierro había sido rápido, sin mayores contratiempos, Los toros, a pesar del tropel de gente que los acompañaba, habían ido a sus cosas, sin prestar demasiada atención, discurriendo noblemente, sin derrotes ni gestos feos. Hasta que se encontraron con la montonera de carne apilada. 






Ni al topar contra los mozos les hicieron el menor daño.Tampoco cuando, unos sobre otros, miraban hacia atrás, desconcertados por no poder seguir su carrera. Hubo uno, negro y muy majete él, que volvió unos pasos dentro del mismo callejón y casi se ensarta en sus pitones el típico corredor despistado. No porque tuviera ganas de cornear, sino por cosas de la física de objetos en movimiento. 





En fin, me robaron la voluntad esos cuatreños tan bien plantados, tan centrados en su trabajo de correr y dejarse llevar, tan rectos de juicio y tan comedidos, bastante más que algunos de los insensatos que los acompañaban o que el patán que dejó cerrado el portón de la plaza. 

Si hubiera estado en mi mano, habría indultado a toda la corrida. Por bonita, por noble y por buena gente. 

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