viernes, 5 de julio de 2013

Repeticiones del Quijote.



Lo curioso de la repetición a lo largo de los años es que raramente reproduce la experiencia anterior. No somos meros conjuntos de actitudes, componentes, hechos acumulados. La experiencia y el azar nos modelan de diferentes modos. 

Así, la lectura del Quijote, que cada pocos años repito y ya va por la décima, al menos, depara sorpresas que me hacen hallar en el texto aspectos que no conocía de mí mismo. 

Anoche leía el prólogo de la primera parte y, sabiendo de sus gozosas ironías, me pareció tristísimo. Una declaración de quien se sabe vencido de los años, la suerte y sus circunstancias. Pero tan deliciosamente escrita que en ella misma niega lo que asegura. Las primeras palabras son emocionantes: 

"Desocupado lector: sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse. Pero no he podido yo contravenir al orden de naturaleza, que en ella cada cosa engendra su semejante. Y así, ¿qué podía engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y todo triste ruido hace su habitación? El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu son grande parte para que las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y de contento. Acontece tener un padre un hijo feo y sin gracia alguna, y el amor que le tiene le pone una venda en los ojos para que no vea sus faltas, antes las juzga por discreciones y lindezas y las cuenta a sus amigos por agudezas y donaires. Pero yo, que, aunque parezco padre, soy padrastro de don Quijote, no quiero irme con la corriente del uso, ni suplicarte casi con las lágrimas en los ojos, como otros hacen lector carísimo, que perdones o disimulas las faltas que en este mi hijo vieres, que ni eres su pariente ni su amigo, y tienes tu alma en tu cuerpo y tu libre albedrío como el más pintado (...)"

Pero qué orgullo legítimo se distingue entre los tópicos puestos en solfa y las demostraciones de humildad retórica. Qué valentía moral la del que, diez años más tarde, al prologar la segunda parte, se defiende de los insultos de un mastuerzo pelota de Lope y mediocre escritor: 

"Lo que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo y de manco, como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase por mí, o si mi manquedad hubiera nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros". 

Ahí está el soldado heroico, ya olvidado, haciendo valer los dones que él mismo se ganó, y tiene heridas para confirmarlos. Allí defiende su patrimonio moral. Ahí es tan infinitamente superior a cuantos le roen los zancajos que no necesita sino dejar suelta la pluma para que de su elegancia  surja el prodigio. 

En fin, me pierde la pasión. Voy a seguir leyendo para entender qué me ha pasado. 

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