martes, 20 de agosto de 2013

Hoy, que estoy un poco alegre...




...Y pienso que las ideas vuelven a fluir igual que hace tres semanas, como en el símil de la barcaza dejándose llevar por la corriente hasta donde debe estar (entrada del 27/7/20013), no debería escribir. Pase que la actividad física genera sus rutinas y predispone a pensar de otro modo. También la ausencia de movimiento engolfa el cerebro en modos peculiares, nunca desdeñables. 

Hay una magia histérica y quizás algo desvanecida en este reposar porque luego vendrá la hecatombe. Es como si tuviéramos un puñado de monedas en el bolsillo, apenas suficientes para pasar el mes, y las fuéramos tirando mansamente en la alcantarilla más cercana. Oyendo su tintineo profundo al rebotar contra nuestra abulia. 

En el comienzo de todo, esta perplejidad ante los hechos cotidianos, ante el ritmo de una vida que no tiene otra esperanza que acabar. O acabar de resultar rentable para quienes la especulan, que es decir lo mismo (1). 

Después, la vaciedad de la esperanza. ¿Es que no va a acabar nunca? ¿No hay evidencias que cercenen ese apéndice monstruoso de la personalidad? ¿A nadie le va a faltar su fe?  

Y esa noria bíblica que mantiene el rebuzno comedido, la guía en su camino, el surco donde debe. ¿Habrá zanahorias suficientes para congregarnos al rito? ¿O llegará el palo?



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(1) Por lo que se barrunta, a nuestra generación le quedan todavía muchos años para llegar a ese Olimpo. 


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