viernes, 21 de marzo de 2014

"Huellas judías y leonesas en el Quijote", de Santiago Trancón.




Con los ensayos literarios me pasa como con las fotografías con luz lateral o filtros intensos: a veces, tardas en reconocer el objeto fotografiado. Tanto de nuevo se descubre observando la imagen como aspectos conocidos desaparecen por más que nos empeñemos en reconstruirla. 

Acabo de leer el notable estudio de Santiago Trancón (1) y, aparte de su amenísima lectura, las aportaciones siempre interesantes y una lúcida visión de la obra cervantina (fruto, sin duda, de años de lecturas apasionadas y de estudio minucioso) quedo con la sensación de que he sido secuestrado. 

La afirmación no es demérito ninguno para Trancón, cuyo libro, insisto, está plagado de revelaciones y es una de esas obras tras cuya lectura no percibes la realidad del mismo modo.   


Quizás por esa circunstancia, el ser tan eficaz, el tener tanta capacidad de argumentación y convicción, "Huellas judías y leonesas" deja la certidumbre de que hay más, mucho más, aparte de lo expresado en sus trescientas y bastantes páginas. 

Esto es así, en primer lugar, porque el Quijote se me antoja un libro inagotable, a pesar de la montaña de erudiciones que soporta desde hace siglos. Y también porque cualquier sesgo, cualquier visión parcial, no reduce su significación. El libro lo desborda, crece con cada intento de exprimir un aspecto de tanta máquina de abundancias, deja en la mente esa insatisfacción a que me refiero.


Por otra parte, el meollo del libro, es decir, la aducida pertenencia de Cervantes a la zona del norte de León y su supuesta adscripción al grupo de judeoconversos de segunda o tercera generación, desvela múltiples aspectos de la personalidad de sus personajes,a veces tan desconcertante, y de la estructura y sentido de la mejor novela de todos los tiempos. 

De modo que la lectura, como indicaba, se hace apasionante. A cada escena se descubren consecuencias inesperadas que obligan a repensar lo ya leído en infinidad de ocasiones, esta vez sin las anteojeras de la plétora de comentaristas, ilustradores y divulgadores de tópicos a que estamos acostumbrados. 

Y es que comprender las alusiones, referencias, implicaciones subrepticias y demás sutilezas del Quijote no es tarea fácil, cuatrocientos años después. Se necesita de visiones tan lúcidas como la de S. Trancón para deshacerse de la pátina de tanto homenaje interesado y tanta visión sacada del quicio del texto original. Que es lo único que cuenta, realmente. 

En definitiva, este ensayo de mi compañero y amigo Santiago es tan recomendable como su efecto inmediato: el deseo de releer el Quijote en cuanto acabe con dos o tres volúmenes muy tochos que tengo entre manos y de los que daré cuenta en su momento. 
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(1) "Huellas judías y leonesas en el Quijote. Redescubrir a  Cervantes", Ed. Punto Rojo. Sevilla, 2014.

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