martes, 13 de mayo de 2014

"Los años de peregrinación del chico sin color", de Haruki Murakami.




H. Murakami escribió una novela de carácter tan deprimente que me llamó la atención, aun sin saber lo famosísimo que era en todo el mundo, la cantidad de ejemplares que había vendido ni esas zarandajas que acompañan a los autores de talento y renombre. Me refiero a "Tokio Blues. Norwegian Wood".

Creo que después le he leído alguna otra que no recuerdo en estos momentos y me han parecido, poco más o menos, lo mismo que voy a exponer sobre su más reciente entrega.

"Los años de peregrinación del chico sin color" es una novela sobre el desclasamiento, la amistad, la pérdida del paraíso de la adolescencia feliz, la desgracia de la madurez y unas cuantas cositas más. 

Murakami, en efecto, tiene grandes dotes para la narración convincente. Es muy eficaz. Tanto, que a veces produce esa envidia irreprimible cuando admites que lo que tienes en tus manos es lo que nunca jamás querrías o podrías imitar, cualquiera sabe, pero resulta condenadamente efectista y queda fetén para convencer a todo tipo de lectores.

Estoy dividido entre mi admiración por la excelente estructura de la obra, la capacidad para atrapar la atención del lector, el desarrollo del personaje principal y el que sus mejores páginas sean sin duda las últimas. El final es estupendo, de verdad. 




Pero, con todo, hay unos cuantos aspectos que me han desagradado profundamente. El más llamativo: sus diálogos, a menudo casi irreales. A ratos pensé que estaba leyendo un libro de autoayuda o alguna pretenciosidad de C. Coelho. 

Vale, quizás exagero un poco. Pero más de una vez la novela se me cayó de las manos. La parte intermedia del libro es sin duda la menos lograda. Y, sin embargo, continuaba leyendo con avidez, aunque no me interesase demasiado lo que me ofrecía. Eso es tener oficio y algo más que no lo da la simple práctica. 

La historia de Tsukuru Tazaki, el narrador en primera persona (muy bien llevada) y expulsado del grupo de amigos de adolescencia, que dieciséis años después decide averiguar qué pasó en realidad, a ratos no se sostiene demasiado. Murakami hace bastantes esfuerzos por dotarla de verosimilitud, pero hay algo que chirría en el personaje de Shiro, la amiga causante de su caída en desgracia. 

Sin embargo, la evolución psicológica de Tsukuru es convincente en términos generales. Quizá adolece de esa fragilidad emocional y esa tendencia al suicidio típica de algunos personajes de Murakami. Pero uno sigue con atención sus altibajos y se pregunta por las causas de tan repentina desafección en un grupo de amigos hasta entonces inseparables. 

En conclusión, una novela que me ha atrapado hasta su memorable final sin que, en cambio, me parezca que esté a la altura de la enorme fama de su autor. Ninguna lo está, en realidad, pero se leen (y venden) de maravilla. 

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