martes, 22 de julio de 2014

Diálogo conmigo y yo mismo.




Algo me induce a darle vueltas y más vueltas al hecho de narrar. No solo porque estoy al comienzo de algo nuevo, sino porque los planteamientos que no se realizan en este instante luego pesan sobremanera en la historia y son de difícil corrección. 

Los cimientos del puente no se pueden rectificar una vez colocadas las primeras pilastras de piedras. Habría que arrasarlo todo, hacer cuenta nueva y volver al intento. Y no sé si mi paciencia es tan grande. O si me interesa tanto la idea que tengo entre manos. Me imagino que, puesto en esta situación nada deseable, la abandonaría y pasaría a desarrollar la siguiente. 

Creo que ya he contado alguna otra vez que el buen éxito de una narración consiste en dar con el "tono". Es decir, con la "textura" de la prosa, con la calidez apropiada que permite fluir sin trabas (sin demasiadas, al menos). 




Pero qué es y cómo es ese tono, ahí radica su importancia. No es solo un problema estilístico, que también, sino una adecuación entre la prosa y la historia y los personajes, su modo de encarar la voz narradora para que encaje con todo lo demás. 

No sé si me estoy expresando ni medio bien, pero es un hecho evidente que exige gran cuidado en la planificación, en la justificación del mero hecho de narrar: por qué alguien dice y hace algo, qué motivos hay para que se esté contando esa historia.




Puede que sea algo obsesivo con este punto, máxime cuando estoy harto de encontrarme con libros que no tienen esto en cuenta  ni por equivocación. También se nota, claro. Pero he de admitir que ser reflexivo y cuidadoso en este aspecto no garantiza nada sobre la calidad posterior de la prosa. Eso es otro negociado. 

No hay comentarios: