domingo, 5 de octubre de 2014

Marías y Cataluña




Javier Marías, el celebrado escritor, seguido por una legión de entusiastas lectores que no se pierden ni un solo libro que salga de su prolífica pluma, es un caso notable. 

Por un lado, creo que es el peor novelista actual que se me ocurre. Y no hablo de gustos particulares, sino del mero hecho físico de redactar un texto. Las pocas veces que me he atrevido a perder el tiempo con uno de sus libros he debido desistir, abrumado por una montaña de torpezas literarias que estomagan el espíritu más transigente. Y no soy uno de ellos, bien lo saben ustedes, abnegados lectores. 

Pongo un par de ejemplos del único truño suyo que conservo en mi biblioteca y que, por supuesto, no he conseguido acabar, ni mucho menos. Se trata de "Corazón tan blanco", publicada en Anagrama en 1992, uno de sus primeros éxitos. 

"La mulata, indecisa y confundida, volvió a mirar hacia arriba, ahora ya sin duda hacia mi izquierda, sin duda hacia el balcón que se había abierto y hacia los brazos fuertes que eran cuanto yo veía, los brazos largos del hombre en mangas de camisa, las mangas arremangadas, blancas, los brazos velludos, tanto o más que los míos. Yo había dejado de existir, había desaparecido, también estaba arremangado, me había subido las mangas al salir al balcón para acodarme, hacía rato, pero ahora había desaparecido por ser yo otra vez, es decir, por ser para ella nadie." 
(Pág. 30, aunque en la 31, varios párrafos después, todavía sigue hablando de los "brazos fuertes, velludos", con la misma prosa elegante).

O este otro: 

"El profesor Villalobos cambiaba constantemente de tema, no sin esfuerzo, pensé que estaba aburrido de nuestra compañía. Ya no debía de temer al fuego, porque el camarero le trajo la caja de puros, cogió sin dudarlo uno (conocía las marcas), no lo olisqueó (era un hombre educado, tampoco llevaba sortijas), se lo llevó a la boca -la boca mojada que está siempre llena y es la abundancia- y permitió que le acercaran demasiado a la cara una llama inmensa con la que se lo prendieron. Olía mal aquel puro, pero yo no los fumo. El profesor dio unas chupadas, y mientras lo hacía sus ojos volvieron a ausentarse o su cabeza a enterrarse en pensamientos oscuros. Tampoco ahora pareció insincero: cuando se quedaba abatido y callado se parecía un poco a aquel actor inglés que se suicidó hace años en Barcelona, donde Villalobos vivía, George Sanders era su nombre, gran intérprete. Quizá había vuelto a cordarse de que era desgraciado y de que eso no era algo que le hubieran contado, ni que hubiera leído, ni que se hubiera inventado, ni que formara parte de ninguna intriga".
(Págs. 254-255)

No sé si puede concebirse algo más ramplón, estúpido y pueril, pero ya lo he dicho: muchos lo adoran. Los debe de tener encandilados con esa verborrea suya de (mal) bachiller. Habría que aprender cómo lo hace: igual nos sacábamos unos cuartos embobando al personal. 

No obstante mi aborrecimiento por el novelista, he de decir que sus artículos semanales en El País son generalmente muy buenos. Concretamente, la semana pasado publicó uno sobre la cuestión catalana que me pareció soberbio. Mientras lo leía tuve la sensacion de que me estaba quitando las palabras (y los argumentos) de la boca. 

Fue sensato de juicio, correcto en la expresión, claro en los contenidos. Utilizó los muchos conocimientos que indudablemente posee para analizar una situación que a muchos fuera de Cataluña ha de tener despistados. Sacudió estopa a los de antes (Zapatero) y a los de ahora (Rajoy y compaña); a los de dentro (Mas, Esquerra y el papanatismo totalitario) y a los de fuera (el centralismo cerril que no sabe ver la gravedad de la situación y, menos, proponer alternativas), puso las cosas en su sitio y, en general, resultó reconfortante saber que,aunque no lo parezca, hay personas con dos dedos de frente en todos los sitios.

Cómo puede haber tal disparidad entre la prosa de ficción y el ensayo en un mismo escritor, no tengo ni idea. Parece caso de personalidad múltiple, como si el mentecato se transmutara a voluntad para ofrecernos excelentes muestras de periodismo. Sin embargo, tengo clara la conclusión: lean los artículos, nunca los libros de este peculiar personaje. Lo agradecerán. 

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