jueves, 26 de febrero de 2015

Acémilas.


Lo mejor de los intolerantes es que no se esfuerzan por parecer otra cosa. De ahí que sea tan imperdonable el error de considerarlos personas, tal que si tuvieran dignidad o simple raciocinio. No, son deficientes en todo y uno no puede sentarse con ellos en la misma mesa, porque enseguida la vuelcan para demostrar la estirpe de alimañas que se ufanan de ser. La mejor negociación, la única que entienden, es un tiro en la cabeza. Y luego, hablamos. 

Vean su última hazaña:




No sé por qué me cabrea tanto el alarde de burricie de estas acémilas con mazos y taladradora cuando los he visto en otros vídeos salvajes asesinar a sus rehenes. Sin embargo, esta vez me han tocado otra fibra. Ese odio visceral al más básico elemento que nos hace seres civilizados es quizás la lacra que nos mantiene en el fango donde estamos. Y, lo lamento, esto tampoco me resulta tolerable. No desde Auschwitz.

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