viernes, 6 de febrero de 2015

Derrota.



El largo atardecer que lleva un rato dorando las fachadas de las casas tiene sus ventajas. Permite contrastar tonalidades del azul con las barrigas de esas nubes silenciosas que van perdiendo día mientras desaparecen por el este. 

Siempre me atonta un poco contemplar el abandono en que la luz se desvanece muy poco a poco. Como si la vergüenza de haber perdido esta batalla otra vez más solo pudiera sobrellevarla por impulsos nimios, levísimas coloraciones que van variando al mismo ritmo que escribo estos apuntes un pelín consabidos, casi sin pensar. 

Ahora mismo ya hay una grisura mayor que se ha impuesto al color. Sin embargo, cualquiera diría que aparece desde la misma entraña de los objetos y se desparrama con timidez, casi no deseando estar presente, con una imposición sibilina que coge desprevenido al espectador. Cuando quiere darse cuenta, ya es la noche. 

Pronto se encenderán las luminarias para engañarnos con relieves falsos, sombras equívocas, decorados de oropel. Pero sabemos que falta una eternidad para que el proceso se repita, aunque esta vez en un enloquecedor sentido inverso que exige ojos nuevos, otra voz para apreciarlo como es. 

Bienvenidos a la oscuridad. 

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