sábado, 14 de febrero de 2015

Palabras no pronunciadas.


Hace unos cuantos años me concedieron mi primer premio de poesía. Meses más tarde, los ganadores fuimos citados en un edificio oficial para hacernos entrega de los diplomas acreditativos. Todos llevábamos preparada nuestra alocución. Por circunstancias que no merece la pena mentar, los organizadores no permitieron que pronunciáramos ni una palabra. Ayer, ordenando papeles añejos, encontré las mías, algo insolentes y muy meditadas para la ocasión. Copio algunas de sus frases, pues me han resultado más cercanas de lo que esperaba:

La eficacia de la poesía no es la del ensayo filosófico, por más que pueda aportar hallazgos ante los que este retrocede (...) No encuentro interés alguno en disertar por medio de tiradas de infinitos versos libres. Lo más que producen es un leve dolor de cabeza y el deseo de cerrar el ladrillo versificante en que hemos entrado sin fortuna.

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Las intuiciones del poeta son tanto más valiosas cuanto él mismo sea incapaz de explicarlas. En efecto, el poema no se amolda sin fracturas a la disciplina de la prosa. La lógica del sueño poético, suponiendo que exista, cobra importancia cuando sugiere, avanza, sospecha, no cuando certifica sin recelos. Por ello, no podemos leer un poema para hallar la fórmula del movimiento uniformemente acelerado, lo mismo que no es lícito exigir de un manual de mecánica reveladoras impresiones sobre el primer amor.

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Para mí, la poesía es una disposición de la mente a la que en escasas ocasiones nos es dado acceder. No por excelsa y apartada, sino por su esencia telúrica y por ese enraizamiento en lo inicial al que estamos habitualmente ciegos y sordos. Cualquier tema le es propio, aunque no cualquier tratamiento. En esto soy riguroso: no toda ocurrencia donosa puede ser poesía.

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La importancia, más que en el tema elegido, radica en cómo se aborda, en qué se desprende tras la lectura de unos versos briosos que, en definitiva, tienden siempre a plantear: ¿no habrá una alternativa a lo existente, un jirón de lo cotidiano que se entreabre al final de un poema, un cauce de sucesos insospechados que fluye desde siempre en nuestro olvido a la espera de que decidamos surcarlo con otras naves? ¿Acaso hay otra poesía?


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