jueves, 7 de enero de 2016

Y realidad


Hace cosa de dos meses anunciaba en este blog los peligros que acarrea toda utopía. Parece mentira que, tras las aberraciones del siglo XX, la gente todavía se trague el cuento de Caperucita Roja, pero es así. Cualquier charlatán con ansias de poder incontestable es capaz de embaucar a millones de personas, algunas de las cuales se suponen juiciosas y cultas. Sin duda, los humanos somos idiotas. 

Pero al final, como dice un funesto personaje de "Parece septiembre", las aguas vuelven a su cauce, y al común de los ciudadanos le toca pagar las consecuencias del desvarío. Porque, ahora que la movida independentista se ha ido a tomar viento, a ver quién es el guapo que reconstruye el cotarro de manera medio sensata. 

Lo primero, desde luego, es deshacerse de Artur Mas, un individuo tóxico, como lo calificaban hace unas semanas, que es capaz de dividir todo lo que toca en su afán por permanecer en lo alto del poder. Un tipo pernicioso para su partido, para Cataluña y España entera, sin duda. 

Luego, esperar que su contrapartida nacional (léase Mariano Rajoy) no gobierne y le siga dando excusas al independentismo más alocado para seguir por su senda, que no lleva sino al suicidio. 

Ahí me temo que la responsabilidad recae sobre nosotros. Porque, como decía hace semanas en Facebook, ¿en qué cojones piensa ese 27% de votantes que sigue confiando en el PP? ¿Qué más tiene que hacer este gobierno para perder unas elecciones? 

Ah, que la culpa es de la oposición. Pues estoy bastante de acuerdo. La delirante ralea socialista (barones y otras hierbas) está para darle de bofetadas. A Susana Díaz la veo bastante incapaz y, desde luego inoportuna por completo. En cuanto a los demás mindundis, que no rascan bola pero se creen con derecho a desgajar el partido, habría que recordarles que los votantes siempre castigan al que está desunido. Más aún, si se trata de la izquierda y tiene al lado una competencia tan poderosa como Podemos. 

Pero bueno, me temo que las próximas jornadas nos traerán sorpresas poco agradables. A esperar.


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