martes, 23 de septiembre de 2008

Pablo Méndez introduce el tinglado. Carlos Castán y yo escuchamos con tremenda emoción.

La verdad es que la tarde resultó muy lucida, sobre todo por algo que raramente ocurre para bien: no estuvieron todos los deseables, pero quienes sí acudieron a la presentación, más que suficientes para el espacio reducido de Antígona, consiguieron que las ausencias no pesaran en exceso y que, en general, el acto de marras resultase un rotundo éxito.

Concretamente, Carlos Castán dejó un excelente sabor de boca en todos los asistentes. No hubo quien no destacara al final la sagacidad de sus comentarios, lo oportuno de las referencias, el tacto y discreta erudición con que comentó los resquicios más impensables de la novela.

Al contrario de lo esperable, realizó un análisis detallado y entusiasta de los aspectos principales, glosando los que eran más de su gusto y destacando sus virtudes con tal acierto que nadie podría haberlo dicho mejor. Yo no, por supuesto. En estas situaciones aparece mi lado tímido y siento que cualquier afirmación positiva, por evidente que parezca, está fuera de lugar.

Tampoco penséis que me engaño: conozco y deploro el sobe de camisa descarado que es de rigor en presentaciones, coloquios y seminarios. Por eso no me gustan ni ver, entre otros motivos. Sin embargo, creo que esta vez el presentador no hablaba con la boca pequeña. Derrochó demasiado entusiasmo, demasiada convicción en lo que argumentaba con tanta brillantez, demasiado conocimiento íntimo de la obra para no haberla leído con interés, incluso con deleite, diría yo.

Hubo varias expresiones que, por ser muy justas en su fondo, retengo en la memoria.
La primera, "esta novela es un festín de la palabra". Y de la narración oral en su conjunto, completaría. Cualquiera que lea unas pocas páginas no podrá discrepar. Tal es la abundancia de cuentos, anécdotas, frases coloquiales e incluso chistes que pueblan las fiestas patronales de Badacena. Más que festín, en ocasiones el lector se ve fagotizado por el ambiente de fiestas y las narraciones de los tertulianos. Más de uno me ha dicho que le costaba desasirse del hilo de la narración, que instintivamente pedía más historias, más sucesos, más vida.

Otra, que hay en ella un auténtico amor por la literatura, demostrado en la infinidad de referencias directas o solapadas. Quizás el cuento en que se demuestra mejor es justo al comienzo, en el llamado "La biblioteca de Arturo" o "Cuento del náufrago". Y otro de los que más recuerdo por las noches justo antes de despertar es el humilde homenaje a las 1001 Noches concentrado en mi versión de "La chica de la curva", que resulta ser una tal Sabina Melero... -Ayer releí "Carta desde otro lugar" y, como casi siempre, no pude evitar emocionarme-.
No puedo contar más ni mejor o chafo las historias.

También recuerdo sus afirmaciones sobre la entidad de PARECE SEPTIEMBRE: "es una novela en el sentido tradicional, con personajes bien perfilados y complejos, con sensación de vida en los ambientes de fiestas patronales o en los de los diversos cuentos". Aludía en concreto al cuento "Me odiaba tanto", en que aparece una relación totalmente asimétrica entre alumnos y profesor, por decirlo de un modo discreto. Y comentaba que sólo alguien que ha pasado tiempo -demasiado- en un instituto de secundaria puede describir el ambiente con esa soltura.

Y una cuarta consideración, también necesaria, fue que -sospechaba Carlos Castán con gran puntería- va a ser una lástima que esta novela no se distribuya convenientemente, no tenga repercusión crítica y pase desapercibida. Suscribo sus vislumbres: ninguno de los periodistas convocados tuvieron a bien acercarse a entrevistarme o cubrir el acto, como sí han hecho en ocasiones anteriores. Y eso que en toda Zaragoza no había más que otra convocatoria cultural anunciada, que yo conozca. Estarían demasiado agotados con la resaca de la Expo, he llegado a pensar. Como la vida cultural de Zaragoza es tan vibrante, para todo tienen.

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