lunes, 13 de abril de 2009

Cementerio




Ahora que el mundo despierta -estamos sin duda alguna en el més más cruel- tengo la intención de volver a un cementerio que hace tiempo no visito. Y no me refiero al recinto físico donde reposan los despojos de quienes fueron algo y ya apenas se recuerdan.

El cementerio de la mente es más abrupto, crepita de hierbas nacidas en los caminos y junto a las tumbas antiguas, se estremece con el viento de la altura. Allí tiene mi cerebro un queridísimo pajar, una especie de nicho familiar bien espacioso donde sólo es menester abrir un agujero para seguir alojando cadáveres. Después se cierra toscamente, se graba otro nombre en las lápidas que le dan apariencia honorable y hasta dentro de unos años. Puede que el próximo ocupante sea yo mismo. O alguno de mis yoes, qué más da.


Estos días querría visitar el panteón donde se encuentra aquella imagen portentosa, la de los campos de vides que suben las lomas, dispuestas en orden guerrero, como el bronce de los ejércitos refulgiendo al sol en oleadas mientras Marte, indeciso, tremendo, vaga dudoso entre ambos frentes. ¿Dónde reposan esos versos?

También me exigen respeto un par de párrafos muy bien labrados en que el señor se despide de su criado, pidiéndole que no aliente vanidades pasadas ni esperanzas imposibles. Y muere en ese momento porque lo ha elegido así. Transformado en sí mismo.

Por último, en algún nicho debe de estar cierta frase repetida y una sensación triste de vacío en el personaje que se ocupaba de leer cartas muertas y tenía una tapia por horizonte desde su ventana.

El paisaje de la foto soporta una estética nevada. Debería servir de metáfora. Quizá de la situación de la novela en estos tiempos, quizá del barbecho en que se encuentran las potencias creativas. Tengo el pico y el capazo ya prevenidos. ¿Alguien me acompaña?

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