jueves, 22 de octubre de 2009

Perro viejo




Cuántas veces habré querido disponer de información exacta sobre un lugar, un ambiente. O guardar todos los hechos que ha sucedido ante mis ojos para luego, pensaba yo, poder narrarlos con mayor precisión.

El error es mayúsculo. La realidad no es arte, ni está sujeta a los mismos criterios de equilibrio, oportunidad, organización, artículación lógica y otras zarandajas que no paso a detallar, pero son imprescindibles para conseguir una triste página legible.


Uno se va haciendo perro viejo -perro y viejo, quiero decir- y sabe cómo atemperar los ímpetus. Porque hace falta tiempo y que los detalles duerman en memoria lo que hayan de dormir. Ella misma los desenterrará cuando convenga. Así, más quietos y manejables, desprevenidos, como si dijéramos, podré moldearlos a mi capricho. Entonces serán materia literaria.
Cuando procedo así reproduzco el pasado con otra fidelidad, quizás bastardeada e imprevisible, pero más eficaz que los tropiezos inevitables de un intento prematuro. La experiencia es más real que cuando se cuenta desde la trinchera.

Y no sólo desde el punto de vista literario. No sólo.

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