lunes, 2 de mayo de 2011

Ha muerto Osama.



Hay algo que me resulta repugnante en la celebración de la barbarie. Da igual que sea una turba integrista celebrando el último atentado o los gañanes norteamericanos saludando con tonos idénticos la ejecución de Osama Ben Laden. No consigo alegrarme en ninguno de los casos. De hecho, me dan escalofríos.

Dejando aparte la salvajada de las Torres Gemelas (1) o la tragedia brutal de Atocha, o la del metro de Londres, me da la impresión de que cargarse al enemigo a tiro limpio, previo bombardeo de su búnker-residencia, no es la mejor manera de "hacer justicia" (Obama dixit).

Me ha venido al recuerdo la imagen de las tocineras de la Guardia Civil de cunda todas las tardes tras el juicio del 11-M, cuando pasaban, escoltadas por un helicóptero, por la carretera que bordea la universidad de Alcalá. Se dirigían a la cárcel de Meco, por supuesto, y dentro iban los acusados del atentado.

Entonces sí creía que "se estaba haciendo justicia". Que los culpables de la barbarie estaban siendo ahormados (por cojones, pero ahormados) a nuestros criterios de sociedad civilizada, de derecho racional. Entonces me sentía orgulloso de nuestro sistema de convivencia y del estado legal en que vivimos.

Por otra parte, lo que todo terrorista busca es la reacción para excusar su próxima brutalidad. Acción, reacción. Hasta el infinito. Que nos lo cuenten a nosotros tras cuarenta años de ETA.

En fin: alivio, sí, en parte. Pero esto no ha terminado, ni mucho menos. Al tiempo.




(1) De la que lo único que no lamento es su desaparición física: eran feas de cojones. Con su hueco, el skyline ha ganado bastante.

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