viernes, 13 de mayo de 2011

Silva de varia lección -creativa-





Releo "Veinte semanas" (Espasa, 2005), una irregular novela de mi paisano Javier Sebastián, mientras espero echarme a los ojos su "El ciclista de Chernóbil", que ha aparecido en DVD hace unos meses y promete.

Aunque no es lo mejor de Sebastián, ni mucho menos, está sirviendo para reafirmarme en algunas impresiones que había dejado anotadas a lápiz en los márgenes del libro, e incluso añadir algunas nuevas.

No suelo releer demasiado. Cuando lo hago, siempre me sorprende reencontrar la gavilla de comentarios abandonados y lo bien que pasa el tiempo sobre los más ajustados. En este caso, me había llamado la atención el problema, que ya lo era entonces, de la "descarga informativa": cómo y cuándo dar al lector las dosis correctas de información. Primero, para que sean eficaces. Segundo, para no tratarlo como idiota ni engañarlo burdamente.

En "Veinte semanas" no necontré la solución. Todo lo contrario. Tengo anotadas varias páginas, allá por la mitad de la novela, en que Javier Sebastián mete la pata de modo extraño, absurdo, cuando hasta entonces había salvado los muebles mal que bien y la novela se arrastraba sin grandes tropiezos.





Otro asunto que también está tratado de modo poco apropiado (a mi entender) en una novela como ésta, que debería ser más puntillosa, es el asunto de la verosimilitud de los narradores. No vale que cualquier personaje cuente cualquier cosa de cualquier modo a cualquier otro. En este caso, si no recuerdo mal, era una madre narrando a su hija de catorce años historias detalladísimas y más bien escabrosas durante un viaje en autobús. Ni cuadra el tono ni la textura de la prosa, que debería ser algo menos "literaria".

Asimismo, detesto que en una novela establecida desde su comienzo como narración "sencilla" aparezcan virutas de grandilocuencia, excesos retóricos que no sirven más que para demostrarse a sí mismo que uno es capaz de escribir muy bien si lo desea.

Gajes de ser escritor. No puedes disfrutar de una lectura inocente, sólo por el placer de leer, sin enarbolar el aparato crítico. Salvo cuando el autor es tan bueno, tan sutil, que consigue engañarte.

Por cierto: releída la entrada, da la impresión de que Javier Sebastián no es escritor competente o comete errores de bisoño. En otras ocasiones no ha sido así. De hecho, lo considero, junto con Carlos Castán, el mejor prosista aragonés actual y, por lo general, me han gustado casi todas sus novelas. Ésta, a pesar de lo dicho, mantiene el interés y la tensión hasta el final. La arquitectura narrativa está sabiamente organizada para conseguir tal efecto. Lo único es que creo que los modos concretos no están a la altura del diseño inicial y por ahí hace aguas. Sencillamente.

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