sábado, 25 de junio de 2011

Mientras espero.



Llevo demasiado tiempo esperando en aeropuertos, me temo. Las luces siempre insuficientes, ese aire acondicionado artificial, sus cafeterías de espanto... 

Las salas de espera consiguen que cualquier pensamiento resbale por sus suelos repulidos y desaparezca en un panorama de plástico y conversaciones desmadejadas. 

Uno, abrasado de tedio, radiografía los paneles de anuncios con los vuelos retrasados y por más que mire no consigue que se transformen esos minutos congelados, cuartos de hora perennes, medias que petrifican la visión y deshacen el sentido de uno mismo. Ya no son tiempo. Ya no soy nadie, agregado a una masa de viajeros que esperan como yo, siempre en movimiento y siempre estáticos. 

A veces, creo reconocer un rostro ¿Algún conocido ocasional, un compañero de trabajo, quizás el vecino que se fue hace años? Ni hablar. Simplemente, alguien que lleva esperando casi tanto tiempo como yo y ya he retenido sus facciones. Nos miramos, reprimiendo bostezos simétricos. 

Al final, acabaremos saludándonos y hablando de cualquier trivialidad, por pura desesperación. 

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