lunes, 15 de junio de 2015

Tormenta diaria.

Cuando amaga el primer relámpago, ya todo está decidido. Entonces se ven las nubes, el viento parece más fuerte y destemplado, hay sonidos que inesperadamente absorben la presión del momento y que, poco antes, habrían sido impensables. La tarde se hunde en tinieblas desaforadas, en esplendores momentáneos que a la postre la vuelven más gris. 


Pero, al poco, uno se acostumbra al estrépito. En realidad, tampoco es tan grave estar bajo el chaparrón, encogerse con cada estallido, buscar a la carrera un refugio endeble que permita creerse en mejor condición. 

Qué lástima: a estas alturas de partido ya no me consuela la limosna cotidiana. Prefiero exponerme al fuego del cielo. En despoblado.

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