miércoles, 24 de junio de 2015

Lo merezco.



 Oigo que la vida fluye, o cosa parecida, y no puedo estar más de acuerdo. Aunque no conozco la intención de quien lo dijo en un contexto bien diferente, aprovecho sus palabras y me las apropio, como suelo cuando algo interesa. 

Es casi demoníaca la sensación del paso del tiempo. "Panta rei", pero "rei" de verdad, sin interrupción, con insidia, como si fuera la vida en ello. Y va.  

Hace poco tenía ocasión de soñar con gentes que fueron mías a los dieciocho, veintipocos años, y han pasado al menos otros tantos desde que las vi por última vez. Aunque las imagino al menos tan postergadas como yo, con sus malicias, derivas de la edad, achaques iniciales, huellas de tanta lluvia que nos ha caído, sin embargo se me representan turgentes e imperiosas, ingenuas, seductoras, desprendidas, muy gilipollas. Tal como fuimos. 

Para las afueras, comento que, en el sueño de rejuvenecer a voluntad, jamás volvería a pasar lo que he pasado desde entonces. Pero miento. Me miento a mí y acallo las fantasías ajenas con falacias que nunca podrán convencerme. 

¿Volvería a ser imbécil y equivocarme, a aburrirme y hacer el indio, a engañar y que me hiciesen más maduro a fuerza de traiciones? A pies juntillas. Aunque repitiese las mismas torpezas, solo por aspirar los aromas que hace tanto no me vuelven la cabeza y dicen: "ese fui yo; ahí me tuvieron cautivo". 

Sí, nacería otra vez. Y con todo el dolor, para que quien ahora soy supiera que este tiempo no ha podrido la capa interior, la que enrojecía sin medida y se mostraba tan bella como inútil, tan desconocida que casi me recuerda estos momentos de incertidumbre. Soy quien fui, y lo merezco. 

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