viernes, 30 de octubre de 2009

Demasiados muertos


En cuanto rascas un poco la costra de doctrina, estos creyentes resultan ser más bien crédulos.

Me recuerdan a aquellas gentes supuestamente primitivas que ataban los cadáveres de pies y manos para que no pudieran escapar de la tumba. Creo que lo hacían más por preservar el orden cósmico y que las cosas de arriba no se revolvieran con las de abajo que por temores pueriles. Sin embargo, parece que la prevención se ha mantenido hasta ahora, e incluso va creciendo.

A menudo se hace notar el contraste con la cultura anglosajona, que rodea las iglesias de tumbas como si fueran coquetos parterres y apenas interpone obstáculos entre los dos ámbitos. Recuerdo que una vez, visitando en Inglaterra la iglesia de un pueblecito junto al lago, mientras paseaba por su jardín me topé con la tumba de William Wordsworth . No extraña la desenvoltura un tanto frívola de sus festejos equivalentes, llámense Halloween y digan lo que digan los purpurados del Vaticano.

La costumbre católica, sin embargo, aleja a los muertos de las localidades y protege los camposantos (¿santos, de qué, si los temen como a la peste?) con altas vallas y verjas formidables. No han llegado todavía a maniatar a sus seres queridos, pero todo puede ser. A muchos ya se les socarra en lugar de darles tierra...

Cierto es que se trata del modo más rápido de pasar al ciclo de la naturaleza, la regeneración y todo eso. Muy New Age. No obstante, no me parece caritativo, si nos atenemos a la tradición. Estos bienpensantes se deshacen de cualquier lastre en cuanto incomoda lo más mínimo. Ya conocemos la moral cambiante del correcto.

Los cementerios, y en esto me encuentro con el a menudo insufrible Gómez de la Serna, son lugares brutalmente delicados. Pasear por las calles impone un ritmo calmoso y febril al mismo tiempo. Hay silencio, pero está plagado de signos. Son lugares melancólicos, aunque salimos de la experiencia como si nos hubieran validado en sentimientos. Un cementerio es piedra de toque para la sensibilidad.

Por eso considero totalmente inadecuado visitarlos con multitudes, como en Todos los Santos.

jueves, 29 de octubre de 2009

Kirmen Uribe contracriticado en seco



Algunos lectores de este blog (o todos, por qué no decirlo) pensarán que mis críticas literarias son abusivas, que tengo muy mala leche y soy arbitrario. No sé qué decir. De pequeñito me tenía por buen chico, pero debió de ser una impresión falsa. Como tantas.

Quizás por quitarme el sambenito reproduzco la última entrada de "Crítica poética y contracrítica", un blog dedicado a poesía que no suele tener desperdicio. A ver qué opináis después:

Hola a todas y todos:

Esta semana, a petición popular al buzón, traemos el libro de Kirmen Uribe “Mientras tanto cógeme la mano”. Edita Visor.

Nuestra autovaloración sobre nuestra presunta objetividad es baja. De nuevo, cómo no, Visor, y ha sido un premio nacional de narrativa que huele demasiado a política. Más de lo normal, queremos decir. Situamos nuestra nota entre un 0 y un 2. Bajo cero.

Antes de empezar, nos estremece la contraportada, mezcla de medias verdades y de ¿errores?

En ella se indica que el libro es Premio Nacional de la Crítica (con esas pomposas mayúsculas). El libro fue premio nacional de la crítica para obras escritas en vasco. A nuestra observación de siempre sobre el carácter ostentoso del título de este premio (es un premio de una asociación de críticos, el artículo “la” le confiere una afectación y exclusividad ridículas), hay que añadir el carácter mucho más reducido del verdadero premio del libro, circunscrito a la lengua vasca. Vemos que la misma media verdad aparece en la página del PEN americana, y por tanto responsabilizamos al autor en un caso claro de hinchazón de CV por omisión de sintagmas.

Dice la contraportada, además, que la versión inglesa fue premiada por el PEN American Center como “finalista al mejor libro de poesía traducido al inglés el año 2007 en EEUU. (sic)”. De risa. En primer lugar, muchos americanos no son tan fantasmas como algunos de por aquí y no se atreverían a decir que un libro es el mejor o uno de los finalistas a mejores libros de poesía traducidos en su país. Existen dos premios a traducciones al inglés que organiza PEN. El más importante es el PEN Translation Prize. El segundo premio es el PEN Award for Poetry in Translation ("recognizes book-length translations of poetry from any language into English published in the previous calendar year and is judged by a single translator of poetry appointed by the PEN Translation Committee"). Como se puede leer, nada que ver con el carácter de propaganda de la contraportada. Ni es un premio al mejor libro en el año ni nada que se le parezca. Es un premio que da un solo traductor a otro, y que el PEN paga con 3000 dólares. Pues de ese segundo premio, la traductora fue finalista, no ganadora, junto con otra persona. Y lo fue por hacer la traducción directamente del vasco, algo poco visto en EE.UU.

De la misma forma se habla de que el autor ha publicado su obra en The New Yorker, cuando es la traductora la que llevó a las páginas de esta revista su, para ellos, exótica traducción.
¿Por qué tanto empeño por esta traductora y alguno más en la obra de Uribe? Creemos que no se debe a la calidad del poemario, que anticipamos que es muy baja. Tiene más que ver con el hecho de que sea un libro escrito en vasco. Leemos, por ejemplo, en la contraportada del libro traducido al inglés: "Gracias a Elizabeth Macklin por traer al inglés la poesía de Kirmen Uribe, escrita en la lengua europea más antigua". La minireseña la firma un señor llamado Mark Kurlanski, autor del libro "La historia vasca del mundo". ¿El interés es la obra o la lengua? Más bien parece lo segundo. El resto de comentaristas de 4º fila de la contraportada destacan el hecho de que se trata de la primera traducción vasco-inglés sin pasar por el castellano. Desconocemos si eso es verdad pero no hace que el libro sea necesariamente bueno, sino que lo acerca al terreno ya comentado de lo exótico.

Todo nacionalismo necesita reivindicar su lengua para sentir que su territorio es todavía más válido, y así mear a gusto en sus esquinas divisorias. Para una lengua que carece de Cervantes, de Rosalía o de Ausiás, es importante mimar al máximo a sus escritores. Como en este caso parece que hay una ligazón política a la apresurada entronización del autor, no podemos entender, ni creer, que no haya mejores autores para promocionar la lengua vasca. Y lo decimos porque este libro, desde el punto de vista literario, es muy mediocre.

Comienza el libro con una introducción del propio Uribe, introducción con un marcado carácter de estudiante de secundaria, que aleja al autor, por el momento, de cualquier posibilidad de realizar un sesudo ensayo que vaya más allá de comentar que un poema es como una onza de chocolate. Como ya comentó alguien, los ecos de Forrest Gump alcanzan de lleno la poética del autor, en un viaje de ida y vuelta eterno y retroalimentado entre el imperio y el caserío.En sus siete partes más el poema introductorio (el único salvable), hablamos de una poesía basada en la anécdota familiar, en la historieta de abuelo, en algún poema erótico-glacial, en una melancolía patético- sentimentaloide (el poema “Aquel día”), nostalgia agrícola (“El cerezo”), reflexiones de columna de diario de provincias (“Hoy parece que hemos de ser perfectos también en la cama”), todo ello carente del más mínimo interés narrativo y mucho menos poético.

Es curioso que Uribe, evitaremos llamarlo poeta, diga que “siempre un poema transmite algo nuevo”. Si hacemos caso a su propia premisa, habría que considerar la posibilidad de que no haya un solo poema en todo el libro. Y no nos referimos al poema “No se puede decir”, escrito por miles de poetas antes, aunque nunca de manera tan rematadamente mala. Porque decir:

“Mira, el mar mueve la arena
como el viento mueve el trigo.”

no parece que nos transmite nada nuevo. Tampoco con los niños: “Parece un lago helado / en el que se va borrando / el rostro del niño que un día fue.” O con su hermana: “Tiene los ojos llorosos, pequeños / como las fresas silvestres.” Ni siquiera con el mar: “el mar brilla como una merluza. / Las estrellas saltan como escamas.”

Cuando trata del amor es algo similar: “no quiero promesas, no quiero disculpas, / tan sólo un gesto de amor.” O “Tus piernas largas y frías / como el agua de la fuente”; “Es de noche en el hemisferio de sus ojos”

Hay una cosa que nos molesta especialmente del libro y es la felicidad boba que parece mostrar. No estamos hablando de una mirada infantil sino de infantilismo. Ejemplos: “Es domingo en la playa para la gente de buena voluntad.”; el final de “Pesadilla”, el chiste de Bhután, el poema “El extraño” o un Duchamp que parece un imbécil en los diálogos con Aresti.

En un manejo muy torpe de la retórica, molestan especialmente las repeticiones de versos en un mismo poema como “El nunca decía te quiero”, “El tiempo de los árboles” o el terrible “Tecnología”. Se puede sonar igual de antiguo pero no más.

Incluso hay versos que incitan a la risa: “Las heridas de las peras golpeadas no se pueden cerrar.”. Es cierto, ni biólogos ni botánicos se han preocupado todavía sobre el cierre de las heridas en las peras. Vivimos un mundo terrible e incomprensible.

También dice Uribe que el poema es ritmo, como si existiera ritmo en la versión castellana que hemos leído.

Mirad que llevamos libros. Será por el cansancio de tanta poesía mala y mediocre subida a unos altares de barro. Pero terminar un poema a un padre escribiendo “y así terminó también la vida de mi padre, / como un barco que se pierde en el horizonte / girando hacia el Oeste, /dibujando recuerdos en su estela” produce cataratas. Eso y mayo extendiendo su párpado azul sobre el puerto nos llevan a:

Valoración de “Mientras tanto cógeme la mano”: 0,25 / 10.

Dice Uribe en un verso que “sin riesgo, no hay nada”. En realidad poco puede arriesgar quien maneja tan mal los aspectos más elementales de la poesía. Que se quede, por Dios que se quede, en la narrativa por muchos años, que siga teniendo tantos colegas en política y que, por favor, la gente no utilice el sustantivo poeta en vano.

Agur.


Yo sólo puedo aplaudir. Pero es que soy muy malo.

martes, 27 de octubre de 2009

Nocillas sinópticas




Ricardo Senabre es más formalista y contundente, mientras que Ernesto Ayala-Dip tiene claras desde hace décadas las preferencias y voluntades que debe satisfacer. De ahí su uso abusivo del jabón. Nada nuevo en la república de las fidelidades: aquí se comenta sólo lo que procede y como es debido. Faltaría más.

Uno por el lado corporativo, otro en su línea pedagógica, aunque sin sacar nunca los pies de las alforjas, resulta curioso comparar las críticas (que han aparecido raudas y simultáneas como nunca) y ver qué propone el movimiento de Fernández Mallo y cuánto consigue en este último libro.



Porque en casos extremos, como el del crítico de El País, hay que saber leer entre líneas, que son las únicas certeras. Me vienen a la memoria la deliciosa censura franquista o el muy sutil lenguaje de los políticos (sobre todo, los de la derecha, incapaces por naturaleza de reconocer ninguna evidencia, salvo que sea en perjuicio del contrario). Pero hay más. Yo mismo suelo lanzar andanadas en blanco viperino y una conversación tensa entre mujeres es de lo más instructivo, siempre que te encuentres a cubierto de la pedregada. Mala cosa, pensaba cuando ingenuo, no poder decir lo que se piensa. Señal de que... En fin; veamos la comparación:


R. Senabre:

Es indudable el ingenio del autor y también su habilidad, salpimentada con dosis de humor de buena ley, pero también es legítimo preguntarse si valía la pena tanto esfuerzo para escribir una obra en que los artificios estuvieran tan a la vista y la palpitación humana tan oculta. Sobre todo si se tiene en cuenta que muchos de los ingredientes y experimentos de la novela que, sin más, podemos considerar vanguardistas han sido ya probado en muchas ocasiones y con numerosas variantes...


Acaso Fernández Mallo (...) deba plantearse qué trayectoria de novelista le conviene seguir a partir de ahora, sin olvidar la necesidad de crear personajes que no sean el propio autor.




E. Ayala-Dip:



Nocilla Lab insiste a medias en esta línea vanguardista y posmoderna (...) Fernández Mallo quiere escribir para el mercado, más que para la tradición (...) Su lector sería el lector del futuro.

(A. F. Mallo) intuyó el peligro de la reiteración. Por ello prefirió traicionarse a medias. Insistió esta vez en provocar al lector con insólitas soluciones formales, pero a la vez cedió a la fiesta de la invención, aunque con materiales ya usados. Su adiós a la ficción tradicional se incumple.

Nocilla Lab cierra un ciclo. Pero abre un severo interrogante en el futuro literario de A. F. Mallo: ¿qué escribir después? Nocilla Lab no nos da la respuesta.

No sé qué pensarán mis lectores (ahora no tan improbables: ya os tengo contados y dentro de poco localizados, pendones), pero a mí me da que mi instinto, como siempre, ha funcionado. Es que soy un hacha para lo malo. Ni la basura pseudohagiográfica de Ayala-Dip (¿no os suena este nombre a algún personaje de 13, Rue del Percebe?) es capaz de esconder lo evidente.

.- Que no es cosa de volver a inventar la vanguardia. Que los (norte)americanos se deslumbren con cualquier pamema posmoderna no quiere decir que aquí también debamos imitarlos en eso.

.- Que estamos ya bastante aburridos de vanguardias formales (¿alguien recuerda el engendro de Larva, de J. Ríos?) y, a la vez, ayunos de verdadera literatura.

.- Que desandar lo muy largamente y muy bien andado para nada (o para tan poco) es tan tonto como pretencioso e inoperante. A no ser que sólo esconda una bien publicitada campaña de promoción, cosa que vengo sospechando desde sus inicios.

.- Que no es así como se puede fundar la ultra-mega-trans-post-modernidad, o lo que demonios quiera fundar la ralea de nocillosos.

Pero dejo el resto de conclusiones para otro rato. Oigo cómo bostezáis.

jueves, 22 de octubre de 2009

Perro viejo




Cuántas veces habré querido disponer de información exacta sobre un lugar, un ambiente. O guardar todos los hechos que ha sucedido ante mis ojos para luego, pensaba yo, poder narrarlos con mayor precisión.

El error es mayúsculo. La realidad no es arte, ni está sujeta a los mismos criterios de equilibrio, oportunidad, organización, artículación lógica y otras zarandajas que no paso a detallar, pero son imprescindibles para conseguir una triste página legible.


Uno se va haciendo perro viejo -perro y viejo, quiero decir- y sabe cómo atemperar los ímpetus. Porque hace falta tiempo y que los detalles duerman en memoria lo que hayan de dormir. Ella misma los desenterrará cuando convenga. Así, más quietos y manejables, desprevenidos, como si dijéramos, podré moldearlos a mi capricho. Entonces serán materia literaria.
Cuando procedo así reproduzco el pasado con otra fidelidad, quizás bastardeada e imprevisible, pero más eficaz que los tropiezos inevitables de un intento prematuro. La experiencia es más real que cuando se cuenta desde la trinchera.

Y no sólo desde el punto de vista literario. No sólo.

viernes, 16 de octubre de 2009

Las novedades habituales




Días de cierto estudio y lecturas extraordinarias. En el sentido de poco comunes, quiero decir. En efecto, sufro de planteamientos radicales: "La puta de Babilonia", de Fernando Vallejo en Seix Barral, colección Booket, 2009. Una muy excesiva denostación de todo tipo de falseamientos ideológicos. En concreto, de aquellos que son responsabilidad de la Iglesia Católica. Tan apabullante en erudición como divertida. Y desengrasante del tufazo bienpensante e hipocritón que estos mismos días anda manifestando su doctrina callejera.

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Por otra parte, pensaba el otro día que yo fui un adolescente mediocre de una ciudad mediocre en la muy mediocre transición. Mi educación, que en principio no podía dar demasiado de sí, conseguí fortalecerla por propia iniciativa. Más a golpe de disfrute que de sacrificio, todo hay que decirlo. Pero, por el motivo que fuera, siempre intuí que insistir en las medias tintas acabaría por ahogarme. Y no exagero con lo del ahogo. Era algo físico.

La cuestión, vista desde estas alturas, parecía clara: seguir entre balidos o tentar las propias pretensiones, pretender con sentido y no cejar hasta alcanzarlo. Se puede ser ingenuo, y ahí hemos estado muchos, pero bastante peor es ser cobarde. O perezoso.


Tampoco vamos a exagerar con las mejoras educativas: cada día encuentro un área de la que no tengo ni la más remota idea. O una torpeza intelectual, o una zafiedad moral que me pasaba inadvertida. Sospecho que siempre va a ser igual, así que ya me voy acostumbrando. El mejor remedio quizás es la curiosidad. Si la pierdo, buscadme en los torneos locales de guiñote, arrastrando lo que se tercie.


P.S.: ¿Qué coño me habrá hecho el guiñote para que lo tenga en tan mal concepto? Debe de ser por asimilación del ambiente.

sábado, 3 de octubre de 2009

To lie, to sleep no more...



Mentir, inventar, seducir, narrar. No encuentro grandes diferencias entre todos ellos. En definitiva, el oficio de escritor consiste sobre todo en ser capaz de alterar la realidad con ingenio, con estructura, en un orden determinado. Se diferencia en eso del simple mentiroso, se le alcance o no a la pata coja, que ya me va cansando la moraleja. Simplemente es cosa de otro rigor.

Pero los principios a menudo son concurrentes. Creo que mis primeras mentiras infantiles buscaban adaptar la realidad a lo que deseaba que fuese. Desde luego, no la burda sucesión causal que me atrapaba, ni esas normas delirantes, ni mi cortas posibilidades de sortearlas. Y todo ello sin buscar otro porvecho que el estético, que el mundo fuera como debía ser. A mi manera.

Más o menos, lo mismo que ensayo ahora con "Los días y la noche". Creo que Josu Sandur es alguien a quien me pareceré dentro de veinte o treinta años, si llega el día. O quien desearé haber sido.

A veces las cosas más complicadas se revelan de un modo inusitadamente simple. Hay que ver cómo se complican con el tiempo, y lo divertidas que resultan aquéllas que fueron un engorro.

viernes, 2 de octubre de 2009




Nada de nada.

Encuentros difuminados, noticias que se extinguen por lejanía; voces huecas, intercambiables. El otoño tiene otras alteraciones añadidas al primer respingo, a sus hongos renacidos, al perplejo despliegue de tanto color. "El otoño vendrá con caracolas, uva de niebla y montes agrupados", decía el granadino.

"Uva de niebla y montes agrupados". En mi mente son imágenes absolutas del otoño desde que las atrapé, andando los catorce o quince de mi vida y casi de modo inconsciente. Una vez quise hablar en verso de esto mismo y me salieron estas cosas:

"El dulzor de este otoño se desliza
con pámpanos de fiebre entre las losas:
es de balsa perdida; en su fluir,
la hiedra, el paladar, siempre infiltrada
memoria de otras frutas rotundas,
siempre un tañido grave en el cordaje
y en la base infinita: son las nubes".

(...)

No es lo mismo, desde luego. Pero en estos momentos tampoco están escrutando mi tumba ni me estudian en los institutos. A cada cual lo suyo.

En todo caso, quería expresar que esta época inicial del declive siempre se me ha antojado más bien el comienzo de algo. Será por lo diferente que parece de cuanto nos aconteció hace sólo un par de semanas. Será porque a los docentes nos atropella un año intacto, sin desbravar. El caso es que vivo en la impresión de estrenar tersura en los paisajes que me acogen.

Y, si bien se piensa, el mundo se reconstruye en otra densidad. Todo encoge un milímetro y se adentra en su manera, de modo que hay una rarefacción, que dirían los antiguos, un esplendor enfermizo porque sabe que pronto desaparecerá. Es el último son del cuerno.

Estos días me siento extraño, pero casi bien. El cerebro vuelve a su costumbre. Y me acabo de resfriar.