domingo, 23 de febrero de 2014

"Los que duermen", de Juan Gómez Bárcena.





Este libro de cuentos con portada tan de sci-fi de toda la vida, publicado hace un año en Ed. Salto de Página, ha sido reconocido como uno de los más interesantes. Yo lo conseguí directamente de la editorial, pues se me había escapado en las mesas de novedades, suponiendo que esuviese en algún momento de 2013. De todo modos, le he pedido a Pepito (Librería Antígona, Zaragoza) que me consiga cuanto ha publicado el mocé.

Porque, cuando menos, hay que decir que Gómez Bárcena tiene una pluma excelente, buenas lecturas y capacidad (y madurez) para integrarlas de modo que sólo en ocasiones se le va de las manos. Pero que en las más resulta de una efectividad sorprendente, dados los materiales algo consabidos que maneja. 

Se ha hablado de sus cuentos como de "género fantástico". Es como decir que los de Borges, cuya influencia aparece por todas partes, son fantasías librescas: no define nada. Porque es cierto que los quince textos de G. Bárcena están basados en reconstrucciones fictivas de un pasado inexistente, con rasgos que en buena medida dejan ver tantas influencias como para dar a veces una poderosa sensación de "déjà vu". Pero lo que hay en este volumen es muy personal, además de estar deliciosamente bien escrito. 

Sólo le achacaría yo, por poner peros a un volumen que me ha resultado estimulante y bien definido, esa querencia, excesiva a mi modo de ver, por la circularidad de los argumentos, por querer cerrar las historias aun en cuentos posteriores, que se ven sorprendentemente ligados a su antecesor. Creo que le dan algo de artificiosidad al resultado y, de verdad que no lo necesitaba. Ya era bien expresivo y contundente sin este recurso. 



En fin, cuestión de elecciones narrativas y de gusto personal del autor. De todos modos, he disfrutado con la (breve) lectura de "Los que duermen" y, lo mejor, me ha dejado esperando más cosas de este nuevo cuentista. 

Reivindicación del verbo.




La tendencia elemental de cada cual es reducir al mínimo la exposición al azar. Más, en estos tiempos delicados que sufrimos. Pero el viento nos golpea de improviso, nos guste o no. 

Hay versiones infinitas de esta misma evidencia en cualquier tradición literaria. A veces, la búsqueda del golpetazo es voluntaria, pero más como terapia para otra violencia cotidiana, la carcoma del tedio o el sinsentido diminuto de nuestras existencias sin ventanas abiertas, antes que como búsqueda de una verdadera liberación. 

Los modestos, vagos, medrosos o débiles de voluntad preferimos la fantasía. Los más abiertos al mundo se despeñan en aventuras que, en definitiva, sólo valdrán si el débil las recoge. El replicante interpretado por Rutger Hauer en "Blade Runner" declama, poco antes de apagarse, las maravillas que ha contemplado, el absurdo brutal de una existencia que en sí no tiene más valor que las famosas "lágrimas en la lluvia". 


Porque alguien debía saberlo, contarlo, revivirlo eternamente por medio de la palabra. Alguien debía contentar esa existencia vicaria del narrador, a veces tan intensa que también asusta, pero que siempre mantiene a distancia el fuego candente de lo real. 

Única manera de manejarlo para que otros puedan servirse de él y entender lo que nos acongoja. 

jueves, 20 de febrero de 2014

Leer.




Ciertos detalles nos obligan a revisar la línea de unas acciones que, si nos remontamos al pasado más lejano, apenas se adivinan ya.

El otro día, el blog de Marta Sanuy "La mujer sin atributos", que está enlazado a la derecha de estas líneas, me recordaba (reivindicándola con cariño) la biblioteca de Julio Milagro, inicio que fue de todo para mí. Pocos recuerdos de infancia me son más queridos. Mi padre y los libros que calladamente me invitaba a explorar.

Ahora comprendo que esa era la mejor manera, y por muchos años única, de sondear en tiempos anteriores a mi nacimiento y en la sombra de una presencia materna que todavía no adivinaba.

Creo que en el verano de mis 11 años (o 10, no estoy seguro) leí por primera vez los tres tomos de "Las 1001 Noches" en la edición de Aguilar, la traducida por Cansinos-Assens. De aquellas tardes inagotables recuerdo la sensación de estar habitando un mundo fantástico casi palpable, casi olfateable. Aún ahora, con solo abrir la misma edición, el perfume delicado y áspero del papel envejecido me lanza otra vez a esos momentos y puedo oír los sonidos de la plaza del Castillo, en Marcilla, los escasos coches que pasaban bajo la ventana de mi habitación, las campanadas de la iglesia y el revuelo histérico de los vencejos en el atardecer.

Hoy mismo, casualmente, acabo de recomendar esa maravilla a una chica de apenas quince años, llamada Laura, muy aficionada a la lectura y, como no, dando sus primeros pasos en la escritura. Creo que es el mejor momento para introducirla en un lujo sensorial que, si lo acepta, nunca la abandonará.

De un modo absurdo, tengo la sensación de estar corrompiendo a la chica. Pero un día u otro iba a suceder, así que mejor con goce y con la misma herramienta que me libró del tedio pueblerino en mi preadolescencia.

Puesto que no es cosa baladí agenciarse los tres ladrillos y soy irreductible en lo de leer esa joya deliciosa en "mi" edición, precisamente, y no en otra, que las hay buenas y rebuenas, pero no, pues me veo prestándoselos en cuanto pasen los exámenes.

Quién pudiera leer esto por primera vez:

"...En los tiempos remotos y en los siglos antiquísimos hubo un rey de los reyes de Beni-Sasán que reinó en las islas de Al-Hind y de Az-Zin y era señor de ejércitos y huestes y tenía muchedumbre de guardias y servidores y visires y emires. Y al morir dejó dos hijos en la flor de la edad; de ellos, uno el mayor y otro el menor, y ambos buenos caballeros y bravos y esforzados, salvo que el mayor lo era más que el menor..."


miércoles, 5 de febrero de 2014

"Brañaganda", de David Moneagudo.



Encontré "Brañaganda" en un rimero de libros y resultó que, a pesar de llevar un tiempo en mi biblioteca, aún no lo había leído. Y dio la casualidad de que poco antes me había tragado en un par de sesiones "Lobisón", de Ginés Sánchez. Aparentemente, el tema de ambos podría ser el mismo. Nada que ver. En el caso de Ginés, la novela, bastante decente, iba de tremendismo rural, casi toda construida desde el punto de vista de un chico deficiente que condicionaba la organización de los datos y los distorsionaba (en parte, porque me pareció que no estaba del todo bien resuelta).

En el caso de Monteagudo, me encontré con una narración extremadamente clásica, en la que el narrador es un adolescente como otro cualquiera que recuerda los hechos de los que fue testigo o le contaron que habían sucedido en una aldea gallega cuarenta años atrás.

Digo que la narración tiene una estructura clásica porque a veces me daba la sensación de estar leyendo prosa de finales del siglo XIX. Algo como una bildungsroman o, más bien, novela de inciación en la vida adulta. El narrador se demora en mil detalles y no deja al lector de la mano en ningún momento. No obstante, lo que parecía que iba a ser un ladrillo poco digestivo se convierte, dado el innegable oficio que tiene David Monteagudo, en una narración entretenida, a ratos trepidante, llena de color y amor por los paisajes, que describe con finura y gran detalle.

Igualmente, el tratamiento de los personajes principales es detallado y preciso. Tienen enjundia tanto los padres del narrador como su hermano menor. También Cándida, su antigua compañera de juegos, que madura demasiado deprisa, así como doña Isabel, mujer de carácter recio, jefa del padre. Éste es una figura central que, además de resultar en buena medida enigmático para el narrador y de convertirse en el bastión de la racionalidad  la cultura en un mundo atrasado, tendrá un encuentro más bien inverosímil con el lobishome que asola la aldea.

Por otra parte, creo que Monteagudo ha dejado escapar la figura del lobishome sin sacarle el suficiente partido. No se entiende el motivo de sus matanzas a la luz de ese último encuentro. Ni se justifican como una posible represalia por hechos acaecidos en la no tan lejana Guerra Civil, ni por un sentido moral que busque castigar la sordidez de una zona rural que, por otra parte, apenas se entrevé salvo en un par de ocasiones. Tras ello, el adolescente-adulto narrador nos cuenta que la bestia desaparece para siempre. ¿Hay que suponer por eso que es la misma persona que también deja el valle al final de la narración? Si es así, ¿qué buscaba atacando a esa personas? Si no, ¿por qué no aclarar de quién o qué se trataba? ¿Cómo se justifica su clemente actuación final?



Todo va más o menos bien hasta el mismo final en que, tramposamente, Monteagudo deja la conclusión en manos del lector y escamotea su último paso. Cosa que con otros antecedentes, en otra estructura más abierta, no me habría parecido mal en absoluto, pero que no encaja con la minuciosidad de razones expuesta a lo largo de las 280 páginas anteriores.

Hay un aire de decepción en el final de esta notable novela. No me ha parecido coherente, si bien resulta más lúcido que el resto de la narración. Parece que se deshiciera del juguete porque ya le ha cansado y no desea dar más explicaciones. O porque hay algo que no acaba de cuadrar. No sé. Puede que no lo haya leído con la debida atención. O que por un momento se haya internado en unas sutilezas a las que no me había acostumbrado.

En cualquier caso, "Brañaganda" es una lectura recomendable que se remonta muy por encima de sus consabidos cimientos y se lee con interés.