miércoles, 13 de mayo de 2009

Déjame entrar



Estos últimos años he tenido que explicar a personas poco interesadas por casi nada qué es el romanticismo. Tarea inútil, lo sé. Sin embargo, a veces tenía un oyente despierto. Creo que, en realidad, fui yo quien se lo pasó en grande leyendo esas joyas del pasado y, por supuesto, aprendí bastante más que mis alumnos. Uno de los aspectos que siempre reseñaba es la fijación romántica por las figuras al margen de la sociedad, regidas por su propia moral. El pirata, el bandolero, el amante frustrado, el investigador enloquecido, el rebelde, el suicida, el vampiro...

De todos modos, creía que el género de vampiros en el cine estaba poco menos que agotado tras el decepcionante "Drácula" de Ford Coppola. Los excesos de "Abierto hasta el amanecer", por ejemplo, no me interesaron demasiado. Para qué hablar de la última moñada americana de "Crepúsculo".

Hasta que me vino el rumor de que se había estrenado "Déjame entrar", del sueco T. Alfredson, una historia de vampiros protagonizada por dos niños de 12 años. Fui a verla el fin de semana pasado. Todavía estoy bajo su influjo.

"Déjame entrar" es la historia de amor más bella y tremenda que he visto en muchos años. Sí que hay vampiros, pero no es para nada una película de vampiros. Es más bien una meditación casi lírica sobre la diferencia y la aceptación, la inocencia y el horror, el primer amor y la necesidad de ser acogido por quien sea. Aunque se trate de un niño profundamente infeliz o una alimaña que a veces parece casi humana.

La película destila momentos tan bellos que duelen. Y, sin embargo, es cruel, casi brutal. Y dura unas dos horas, y tiene una banda sonora sensible y poderosa, y es torpe, y tiene golpes de humor, y esconde tanto como muestra...

Por favor, no os la perdáis, hipotéticos lectores. No la dejéis escapar.


P.D.: La adaptación del -mediocre- libro al guión de la película es soberbia. Al prescindir de unos cuantos hilos argumentales la historia se condensa y a la vez gana en complejidad. Se llena de sugerencias que en el libro son explicitadas de modo más bien torpe o redundante. En fin, una de esas ocasiones poco frecuentes en que lo visual supera con creces lo literario.

lunes, 4 de mayo de 2009

Cosas de la mafia




"El 31 de marzo Espido Freire conquistó el premio Llanes de viajes, dotado con 30.000 euros, gracias a un jurado del que formaba parte el novelista Fernando Marías. El 25 de marzo de 2008, Fernando Marías obtuvo el premio Gran Angular, dotado con 100.000 euros, con Freire en el jurado; el 26 de junio de 2007, Espido ganó el premio Ateneo de Sevilla, dotado con 42.000 euros, concedido por un jurado en el que figuraba… Fernando Marías. También han sido miembros de un mismo jurado (Ciudad de Barbastro de Novela Corta) y se han sucedido en otros (el premio de Periodismo sobre el Zapato Femenino Luis G. Berlanga, dotado con 3.000 euros, que ganó ella en 2009 y en 2008 él).Pero no todo es premio: Marías es editor de obras colectivas sobre el maltrato femenino (Península), cuentos de Poe (451 Ediciones) o el acoso escolar (SM), en los que ha participado Freire, mientras ella le ha correspondido invitándole al ciclo “Escritores cara a cara” organizado por la Junta de Castilla y la Mancha. Y es lo que digo siempre: ¡Qué bonita es la amistad!"

(Una entrada del foro http://www.premiosliterarios.com/, sitio bastante serio que recomiendo a todo aquel que quiera estar al tanto de la movida concursera en este país).

Yo quiero añadir que poco después Espido Freire y Fernando Marías, junto con el impresentable ex-director de la Biblioteca Nacional, Luis Alberto de Cuenca, participaron en una tertulia en Alcalá de Henares. Prefiero no describir el atuendo de la Freire ni el de Cuenca, por no parecer prolijo, pero ambos tenían usía.

Por lo demás, el acto resultó entretenido. Sobre todo por Lorenzo Silva, que también estaba ahí y resultó ser el único con el ego medio normal; es decir, que tenía cosas casi interesantes que contar. Los demás ponían la imagen y un desmesurado amor por la misma y sus circunstancias. Había un ambiente de compadreo, que en ningún momento se esforzaron en ocultar, habitual en este tipo de cuadrillas.

Lo malo es que estos mangantes deciden sobre el destino de muchos premios (y mucho dinero y publicaciones que llevan aparejados). No vamos a pretender ya que en un concurso de cierta cuantía se premie la calidad literaria, salvo que por defecto vaya asociada a algún nombre de postín. Lo que sí me gustaría es que disimulasen un poquito más. La cosa pasa de ser un hatajo de sinvergüenzas a que encima se cachondeen de todo el mundo, instituciones y ministerios incluídos.

Por cierto: si en asuntos de sanidad a nadie se le ocurre que el ministerio deje hacer lo que le parezca al primer gañán que decide elaborar salchichones, por decir algo, ¿por qué no interviene Cultura para conducir al término de lo razonable tanto premio subvencionado con el erario público?