
He de decirlo ya: en los últimos tiempos no soporto a los estúpidos.
No me refiero a los ignorantes sencillos y tradicionales, los que no se interesan por la cultura aunque lluevan bibliotecas y reconocen que no son en absoluto competentes en la materia. A esas personas las respeto, cuando menos -ya que no siempre logro apreciar su encanto montaraz- porque se dedican a lo suyo y no entran en jardines ajenos. De hecho, cualquiera de nosotros somos auténticas acémilas en tropecientas materias de las que no sabemos ni el abecé.
Los que me irritan son esos entrometidos que se consideran capaces de opinar sobre lo que no entienden. No han leído más que bazofia muy bien empaquetada para regalo de navidades, nunca se aventuran a hojear lo que no es de consumo general o no aparece en los catálogos del Círculo de Lectores y, sin embargo, opinan: "Yo pienso que esta novela es muy aburrida". "Opino que no atrapa la atención del lector". "Para mí los personajes son poco interesantes". "Creo que el argumento no se sigue con claridad".
No me refiero a los ignorantes sencillos y tradicionales, los que no se interesan por la cultura aunque lluevan bibliotecas y reconocen que no son en absoluto competentes en la materia. A esas personas las respeto, cuando menos -ya que no siempre logro apreciar su encanto montaraz- porque se dedican a lo suyo y no entran en jardines ajenos. De hecho, cualquiera de nosotros somos auténticas acémilas en tropecientas materias de las que no sabemos ni el abecé.
Los que me irritan son esos entrometidos que se consideran capaces de opinar sobre lo que no entienden. No han leído más que bazofia muy bien empaquetada para regalo de navidades, nunca se aventuran a hojear lo que no es de consumo general o no aparece en los catálogos del Círculo de Lectores y, sin embargo, opinan: "Yo pienso que esta novela es muy aburrida". "Opino que no atrapa la atención del lector". "Para mí los personajes son poco interesantes". "Creo que el argumento no se sigue con claridad".
Comentarios de este calibre y otros mucho peores llevo constatados en las últimas semanas respecto a novelas que, bien me han parecido interesantes, bien considero que, no siendo una maravilla, ni de lejos se merecen estas críticas absurdas. La pregunta que deberían responder antes de permitirles abrir la boca es: "Bueno, pero ¿cuál es su pedigrí? ¿Cómo se atreve a opinar?"
Porque el derecho constitucional a expresar la opinión no quiere decir que ésta tenga un ápice de sensatez o inteligencia -hace poco nuestra adorada reina acaba de dar un par de argumentos al respecto-. La democracia, deseable en política, no rige en el mundo del conocimiento ni de las emociones estéticas. No hay un rasero que iguale las creencias de todo el mundo. Existe el canon, la jerarquía de conocimientos y la experiencia. Existen el buen gusto y la razón, aunque suene a coñazo de anticuario. Hay un orden -discutible, pero orden- y un modo de criticar que no es el simple "yo pienso que" desprovisto de argumentos. Porque lo cierto es que tales cernícalos nunca piensan: reproducen eslóganes ajenos. En definitiva, para ser capaz de decir algo relevante hay que entender. Y para entender hay que haber estudiado, leído, aprendido, se exige un esfuerzo previo que no están dispuestos a acometer.
Paradójicamente, en el mundo de la literatura un escritor cualquiera se ve expuesto a comentarios de diversa índole formulados por gentes que no saben por dónde les pega el aire. Ni han leído a los clásicos, ni saben de literatura, de estilística, filosofía o cualquier otra disciplina que sea de aplicación en el caso que nos ocupa. Sin embargo, sueltan por esa boquita lo que les place y ponen a caldo una obra que queda kilómetros más allá de sus cortas entendederas.
Paradójicamente, en el mundo de la literatura un escritor cualquiera se ve expuesto a comentarios de diversa índole formulados por gentes que no saben por dónde les pega el aire. Ni han leído a los clásicos, ni saben de literatura, de estilística, filosofía o cualquier otra disciplina que sea de aplicación en el caso que nos ocupa. Sin embargo, sueltan por esa boquita lo que les place y ponen a caldo una obra que queda kilómetros más allá de sus cortas entendederas.
Hace pocos días un ex-político se permitió el lujo de opinar sobre el cambio climático. ¿Qué entiende de la materia? Nada, confesó él mismo. ¿Es experto en otras disciplinas relacionadas con aquella sobre la que expele sus rebuznos? En absoluto. Pero opina. Por supuesto que sus ideas son de echarse a correr y no parar, pero cuando nos damos cuenta ya ha lanzado la mierda que lleva dentro con esa falsa aureola de poder que todavía retiene. "Es que fue presidente". ¿Y?
Un indocumentado que opine sin más argumentos que los dictados por su juicio analfabeto sobre la última obra de Millás, pongamos por caso, cree merecer consideración e incluso aplauso. ¡Hay que joderse con la mierda del mercado! Lo lamento, pero ese individuo no puede opinar. No, porque no está capacitado para rebasar los límites de su persona y todo lo que diga será tenido por nulo. De hecho, en una república perfecta habría que enterrar en estiércol hasta la barbilla a esos delincuentes del sentido. Para que aprendieran a tener la boquita cerrada.